Heb, 2: 10
Hoy miraremos
este precioso versículo con sumo cuidado porque puede ser mal interpretado
pensando que Jesucristo hubiera necesitado ser perfeccionado en su vida o
ministerio en la tierra. Miraremos también un poco lo que el autor ve como la
culminación de la salvación, esto es, la gloria.
En este versículo
vemos al Padre como la causa y el efecto de todas las cosa. Pablo lo pone de
esta manera; “Porque de él, y por él y para él son todas las cosas” Ro. 11:36.
Pero en el caso de nuestro texto se está refiriendo a la manera en que el Padre
estuvo involucrado en la vida de Cristo desde su nacimiento. Nuestra salvación
fue planeada y llevada a cabo por la Trinidad.
En cada momento de la vida y ministerio de Cristo estuvieron totalmente
envueltos el Padre y el Espíritu Santo, hasta los más mínimos detalles.
Uno de los esos
detalles fue el sufrimiento y la muerte
de Cristo. Debemos de tener cuidado de no interpretar este versículo como si
dijera que Cristo fue hecho perfecto por medio del sufrimiento. No, Cristo fue
perfecto en todo momento y el sufrimiento no agregó o quitó nada de su
perfección moral. Solo unos versículos antes hemos visto al Hijo como el resplandor
de la gloria del Padre y la imagen de su misma sustancia. Debemos mirar este
versículo en el contexto de su ministerio sacerdotal como dicen los versículos
17 y 18. Para que este sumo sacerdote pudiera ser perfeccionado, o consumado,
como también puede traducirse del griego, era necesario que pudiera simpatizar
con los sufrimientos de aquellos por los que intercede. Es por esto que Cristo
puede cumplir su sacerdocio a la perfección, por cuanto él también ha padecido
y sabe lo que es ser tentado.
Todo este
padecimiento de Cristo no fue casual, sino que como dice el texto “convenía” o
era adecuado, esto era en el plan
divino, ya que había sido profetizado de ante mano.
Fue precisamente
el sufrimiento y la muerte una de las causas del rechazo del Mesías. Cristo
reprendió a los discípulos incrédulos con estas palabras; “… ¡Oh insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Luc.
24:25,26. También, 1Pe. 1:11. Hch. 3:18. Pablo lo llama el tropezadero de la
Cruz (1Co. 1:23).
Todo esto fue con
el fin de; “…llevar muchos hijos a la
gloria.”
Gloria es el
final de nuestra redención. Gloria es el fruto de la Cruz. Fuimos creados para
gloria (1Co. 11:7). Ese era nuestro destino. Unos días atrás mirábamos el salmo
de David (Sal. 8:4-6) que dice con respecto al hombre;”…Lo hiciste poco menos
que los ángeles. La coronaste de gloria y honra, y le pusiste sobre las obras
de tus manos…” La creación (especialmente el hombre) fue un espejo donde Dios
podía reflejar su gloria. (1Co. 11:7) Yo soy partidario de los que creen que Adán
y Eva estaban cubiertos de un resplandor de gloria que cubría sus cuerpos. Es
por ello que cuando pecaron vieron que estaban desnudos. Moisés, Esteban, los
ángeles y Jesús también son casos donde vemos ese fulgor.
Pero lamentablemente por un hombre entro la
muerte, que es la corrupción de la gloria. Pablo nos dice; Sin embargo Pablo
nos dice; “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”
(Ro. 3:23) El pecado nos hizo que perdiéramos nuestro destino de gloria.
Dios tenía que
comenzar de nuevo, hacer una nueva creación donde esta vez la gloria estuviera
garantizada por uno que sería fiel y recibiera la gloria por todos.
Aún así la muerte
tenía que seguir su curso de corrupción porque así había sido decretado por
Dios. (Gen. 2:17).
Así que en su
infinito amor Dios se proveyó de un
postrer Adán fiel y al mismo tiempo capaz de tomar sobre sí mismo esa muerte. (1Co.
15:20-22). El gustó la muerte para que ahora viniéramos a Dios en resurrección
en Vida Nueva incorruptible. La resurrección es la destrucción de la muerte, la
anulación de la corrupción, el comienzo de la glorificación. Aquellos que han creído
son los que, “buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:2)
Dios tiene que
reconciliar todo consigo mismo, recibir
todo en resurrección porque este orden en que vivimos, este siglo (el viejo
orden) ha sido todo contaminado, incluso la naturaleza (Ro. 8:18-23)
El es un Dios de
vida que no tiene nada con la muerte, es un Dios de gloria que no tiene nada
que ver con la corrupción y la caries.
Así que en primer
lugar y dando el primer paso a nuestro regreso a gloria hemos sido incorporados
en la resurrección de Cristo. La vida espiritual que corre por las venas de
nuestra alma es pura, santa, inmortal, incorruptible y gloriosa. El hombre
interior nuestro está en primicia de gloria porque ha sido santificado. (Ro.
5:1,2) Ahora “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Esta
esperanza de gloria, como dice Pablo más adelante (Col. 1:27), es Cristo en
nosotros.
Asi que para el
cristiano ya ha comenzado el proceso de glorificación porque Santidad es el
comienzo de la glorificación y glorificación es santificación consumada. Es por
ello que el llamado del Evangelio es, “…para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo” (2Tes. 2: 13, 14) y esto, “…mediante la santificación por el Espíritu
y la fe en la verdad.”
No solamente
nuestro hombre interior, nuestro espíritu, sino que también nuestro cuerpo ha
de ser glorificado e incorrupto. (1Co.
15:42-44; Fil. 3:21) Este cuerpo será semejante al de nuestro Señor Jesucristo,
porque como dice nuestro texto de Hebreos Él es nuestro líder, nuestro
precursor. Esto es una traducción alternativa a la palabra “autor” que vemos en
Heb. 2:10. La idea es que nuestro Señor, como nuestro líder va delante de
nosotros tanto en la muerte por todos como en la glorificación por todos. Esta
imagen la vemos cuando los Israelitas cruzaron el Jordán y entraron en la
tierra de promesa, llevando siempre delante
de ellos el Arca de la Presencia, con lo Querubines de Gloria.
Hemos estado
viendo como las palabras “inmortalidad” y “gloria” suelen ir unidas a menudo.
Igualmente podemos ver “gloria” juntamente con “sufrimiento”. En el texto que
estamos considerando vemos esto mismo, que para llevar muchos hijos a la
gloria, era conveniente que nuestro Salvador fuera afligido. La iglesia, esto
es, la Esposa, también ha sido llamada a la aflicción en este mundo, como Jesús
dijo; “en el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33). Para la iglesia primitiva
el pasar por aflicción era algo que no debía de sorprender como si fuera algo
extraño (1Pe. 4:12). Y el Apóstol Pablo pone este binomio de gloria y sufrimiento
juntos en Ro. 8:17, de tal manera que la tribulación produce en nosotros un
eterno paso de gloria. 1Co. 4:17.
SI OYERES HOY SU
VOZ
Hoy nos gozamos
en la esperanza (garantizada y segura) de Gloria porque el Señor de gloria mora
en nosotros.
Pero Gloria no es
solo una esperanza sino una realidad presente aunque no consumada ya que
estamos siendo transformados de gloria en gloria a Su imagen (2Cor. 3:18)
El Espíritu Santo
ha venido a nosotros para glorificar a Cristo tomando su persona y obra con el
fin hacérnoslo saber. Esto es, hacerlo
nuestro, revelarlo e impartirlo. Esta es nuestra herencia, nuestra gloria,
nuestro gozo de salvación, nuestra vida eterna. Cada día un poco más de Él.
Cada día un poco más a su imagen, mientras esperamos su gloriosa venida.
Bendiciones