MI CAMINO

lunes, 6 de junio de 2016


JUAN EL BAUTISTA, UN MINISTERIO MENGUANTE



En nuestro seguimiento de Jesús a través del Evangelio de Juan es necesario que consideremos  a Juan el Bautista y su ministerio. Podemos aprender mucho cuando observamos la relación entre el ministerio de Juan y Jesús. Todo cristiano tiene un ministerio, un área de servicio que Dios nos ha dado cuando hemos recibido La Unción (el Espíritu Santo).  Entre otras cosas el Espíritu nos ha sido dado para que Dios pueda hacer su obras por medio de nosotros.

Los versos 6 al 8 nos dicen claramente de Juan que fue enviado de Dios para que diese testimonio de la Luz. Ya en estos primero versos podemos ver un principio espiritual importantísimo. Todo ministerio y todo don ha venir por iniciativa divina. Incluso Jesús aseguró en muchas ocasiones que Él no vino ni hacia obra alguna por iniciativa propia, sino que fue enviado por el Padre.

Cuando Pablo introduce el tema de los dones en su primera de Corintios dice; “…hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos…” 1Co. 12:6.

Siempre, y hoy más que nunca, se han levantado autoproclamados apóstoles, profetas que más que avanzar, estorban la obra.

Cuando los discípulos vieron la gloria de Jesús en el monte santo tomaron la iniciativa de sugerir al Señor levantar tres enramadas. No tardó en venir la corrección del Cielo diciendo; “…este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia a él oíd…” (Mt.17:5)

Por el contrario Juan dice de sí mismo; “…Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo…”; (Jn. 1:33). En este verso Juan claramente nos muestra sus credenciales al decir; “…el que me envió a bautizar” El poder y la autoridad del siervo  reside en el poder y autoridad del que le envía. Si nosotros somos los que nos enviamos, ese será nuestro poder y autoridad.



Este mismo verso que hemos leído nos muestra otro principio espiritual importante. Cuando Juan fue enviado a bautizar, fue enviado con un mensaje, que básicamente diciendo;  “detrás de mi viene uno que bautiza con el Espíritu Santo.” Juan andaba predicando de uno que no conocía hasta que se cumplió la señal que recibió mientras aperaba la Palabra de Dios en el desierto. (Lc. 3:2). La señal era: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo.” (Jn. 1:33). El principio al que me refiero es que todo ministro ha de tener una revelación de Cristo. Esa revelación suele ir en proporción al ministerio que ha de desarrollar. Pedro recibió esa revelación (Mt. 16:18). Pablo recibió esa revelación (Ga. 1:15). Al fin y al cabo todo ministro ha de saber que es  Cristo que ministramos. No es salvación que ministramos, no es conocimiento, nos es ciencia o consejos buenos. Es Cristo, para que Él sea todo en todos. (Hablaremos un poco más de este tema más adelante).

Es necesario que el mensajero conozca su mensaje, esté familiarizado con su mensaje. No podemos dar testimonio de algo o alguien que no conocemos. Pablo le dice a los Corintios; Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios…me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1Co. 2:1,2). Nosotros hemos sido enviado a ser testigos o dar testimonio de Jesucristo (Hch. 1:8). A Cristo anunciamos y a Cristo hemos de conocer.



El Evangelio de Juan es conocido por “Las Siete Señales” que Jesús hizo y por “Los siete YO SOY” que Jesús pronunció a lo largo de su ministerio. En contraste a esto podemos ver que una característica del ministerio y la persona de Juan es el énfasis en la idea de “YO NO SOY”

“No era él la luz…” Jn. 1:8; “Yo no soy el Cristo” Jn. 1:20; “No soy Elías” Jn. 1: 21; “No soy el profeta” Jn. 1:21. “Yo no soy digno de desatar la correa de su calzado” Jn. 1:27.   En cierto modo Juan declara que él no es el que bautiza con el Espíritu Santo Jn.1:33, ni es el esposo. Jn. 3:29.   

En resumidas cuentas Juan dice de sí mismo, “…yo soy la voz de uno que clama en el desierto” (Jn. 1:23). Y de su ministerio dice; “…Es necesario que él crezca, pero que yo mengue” (Jn. 3:30).



Creo que es fácil descubrir aquí el principio espiritual al que me refiero. La gloria del mensajero no está en él mismo, sino en el mensaje que lleva. La atención no ha de estar puesta en el mensajero, sino en el mensaje. En cuanto más desapercibido sea el mensajero, más resaltará el mensaje que lleva. Las señales de tráfico en la carretera han de dar un mensaje claro sin llamar demasiado la atención a sí mismas no sea que al distraernos tengamos un accidente.

 Y esto es en ocasiones lo que he visto, accidentes espirituales, cuando hay líderes o pastores que por su personalidad o habilidad oral llaman demasiado la atención a sí mismos. Otros causan accidentes por su influencia personal o abuso de autoridad.

Cuando a Juan le dijeron que sus discípulos se estaban yendo tras Jesús, respondió con la más gloriosa respuesta que ha de gobernar todo ministerio. (Jn. 3:27-31).

Hermanos, que nuestro ministerio sea menguante y nuestro gozo será cumplido a medida que vemos la Luz de Cristo aumentar  en el rosto de los que estamos sirviendo.

Nuestro servicio o ministerio será más eficaz a la medida que Cristo va creciendo en nosotros al tiempo que manguamos. Esto es por medio de la llenura del Espíritu.

Pedro y Juan cuando se encontraron con el cojo a la puerta del templo, reconocieron su pobreza al tiempo que supieron de su riqueza en Cristo. Cuando la Iglesia aprenda que todo enriquecimiento en habilidad natural y posesiones no es más que pobreza, comenzará a recuperar su gloria en Cristo.



Hemos estado considerando tres principios espirituales que se dejan ver en la relación de Juan el Bautista con el Señor. Sería bueno que hoy nos pusiéramos delante del Señor en meditación para considerarnos a nosotros mismos bajo estas tres mismas reglas. Quizás no te sientes totalmente identificado porque tú no eres un pastor u ocupas un lugar de liderazgo en tu iglesia. Pero has de saber que todo lo que hacemos, incluso en lo que “llamamos vida secular” es ministerio.  Pablo nos muestra una regla que puede ser aplicada a todo, cuando dice; “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1Co. 10:31). ¿Has pensado alguna vez que por el hecho de ser habitado por el Espíritu de Cristo, todo lo que haces y dices es ministerio? Qué bueno y provechoso sería que en todo momento fuéramos conscientes de que somos Embajadores de Dios. Que en todo lugar que estamos llevamos la fragancia de Cristo. No necesitamos un diploma que diga que somos ministros. No necesitamos credenciales de ninguna organización terrenal. Dios el Padre te ha acreditado cuando te confió Su Espíritu. Eres un diplomático y embajador  de la Sion celestial. En todo momento y lugar representas tu Nación y tu Rey.



Termino con esta breve  sugerencia      Lucas nos dice así de Juan; “…vino palabra de Dios a Juan….en el desierto” (Lc. 3:2) El primer llamado que Juan recibió no fue para ir a predicar ni a bautizar. El primer llamado fue a esperar la palabra de Dios en el desierto. Cada momento que esperamos en Su presencia para escuchar su palabra no es tiempo perdido. El leñador no pierde tiempo cuando afila su hacha.

Si eres siervo las palabras de Samuel deben de estar continuamente en tu boca; “Habla, Jehová, porque tu siervo oye.” (1Sa. 3:10.)



¡¡Señor vacíanos de todo lo que no eres TÚ!! Que tu riqueza en nosotros sea tu Don celestial. Que entendamos que nuestra gloria está en nuestra humillación porque tu resistes al hombre que confía en si mismo pero das gracia al humilde.

Espíritu Santo llénanos de Cristo a servirlo a los que nos rodean.