JUAN EL BAUTISTA, UN
MINISTERIO MENGUANTE
En nuestro seguimiento de Jesús a través del Evangelio de Juan es necesario
que consideremos a Juan el Bautista y su
ministerio. Podemos aprender mucho cuando observamos la relación entre el
ministerio de Juan y Jesús. Todo cristiano tiene un ministerio, un área de
servicio que Dios nos ha dado cuando hemos recibido La Unción (el Espíritu
Santo). Entre otras cosas el Espíritu
nos ha sido dado para que Dios pueda hacer su obras por medio de nosotros.
Los versos 6 al 8 nos dicen claramente de Juan que fue enviado de Dios para
que diese testimonio de la Luz. Ya en estos primero versos podemos ver un
principio espiritual importantísimo. Todo ministerio y todo don ha venir por
iniciativa divina. Incluso Jesús aseguró en muchas ocasiones que Él no vino
ni hacia obra alguna por iniciativa propia, sino que fue enviado por el Padre.
Cuando Pablo introduce el tema de los dones en su primera de Corintios
dice; “…hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en
todos…” 1Co. 12:6.
Siempre, y hoy más que nunca, se han levantado autoproclamados apóstoles,
profetas que más que avanzar, estorban la obra.
Cuando los discípulos vieron la gloria de Jesús en el monte santo tomaron
la iniciativa de sugerir al Señor levantar tres enramadas. No tardó en venir la
corrección del Cielo diciendo; “…este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia a él oíd…” (Mt.17:5)
Por el contrario Juan dice de sí mismo; “…Y yo no le conocía; pero el que
me envió a bautizar con agua, aquel me dijo…”; (Jn. 1:33). En este verso Juan claramente nos muestra sus
credenciales al decir; “…el que me envió a bautizar” El poder y la autoridad
del siervo reside en el poder y autoridad
del que le envía. Si nosotros somos los que nos enviamos, ese será nuestro
poder y autoridad.
Este mismo verso que hemos leído nos muestra otro principio espiritual
importante. Cuando Juan fue enviado a bautizar, fue enviado con un mensaje, que
básicamente diciendo; “detrás de mi
viene uno que bautiza con el Espíritu Santo.” Juan andaba predicando de uno que
no conocía hasta que se cumplió la señal que recibió mientras aperaba la
Palabra de Dios en el desierto. (Lc. 3:2).
La señal era: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él,
ese es el que bautiza con el Espíritu Santo.” (Jn. 1:33). El principio al que
me refiero es que todo ministro ha de tener una revelación de Cristo.
Esa revelación suele ir en proporción al ministerio que ha de desarrollar.
Pedro recibió esa revelación (Mt. 16:18).
Pablo recibió esa revelación (Ga. 1:15).
Al fin y al cabo todo ministro ha de saber que es Cristo que ministramos. No es salvación que
ministramos, no es conocimiento, nos es ciencia o consejos buenos. Es Cristo,
para que Él sea todo en todos. (Hablaremos un poco más de este tema más
adelante).
Es necesario que el mensajero conozca su mensaje, esté familiarizado con su
mensaje. No podemos dar testimonio de algo o alguien que no conocemos. Pablo le
dice a los Corintios; Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios…me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este
crucificado” (1Co. 2:1,2). Nosotros
hemos sido enviado a ser testigos o dar testimonio de Jesucristo (Hch. 1:8). A Cristo anunciamos y a
Cristo hemos de conocer.
El Evangelio de Juan es conocido por “Las Siete Señales” que Jesús hizo y
por “Los siete YO SOY” que Jesús pronunció a lo largo de su ministerio. En
contraste a esto podemos ver que una característica del ministerio y la persona
de Juan es el énfasis en la idea de “YO NO SOY”
“No era él la luz…” Jn. 1:8; “Yo
no soy el Cristo” Jn. 1:20; “No soy
Elías” Jn. 1: 21; “No soy el
profeta” Jn. 1:21. “Yo no soy digno
de desatar la correa de su calzado” Jn.
1:27. En cierto modo Juan declara
que él no es el que bautiza con el Espíritu Santo Jn.1:33, ni es el esposo. Jn.
3:29.
En resumidas cuentas Juan dice de sí mismo, “…yo soy la voz de uno que
clama en el desierto” (Jn. 1:23). Y
de su ministerio dice; “…Es necesario que él crezca, pero que yo mengue” (Jn. 3:30).
Creo que es fácil descubrir aquí el principio espiritual al que me refiero.
La gloria del mensajero no está en él mismo, sino en el mensaje que lleva. La
atención no ha de estar puesta en el mensajero, sino en el mensaje. En cuanto
más desapercibido sea el mensajero, más resaltará el mensaje que lleva. Las
señales de tráfico en la carretera han de dar un mensaje claro sin llamar
demasiado la atención a sí mismas no sea que al distraernos tengamos un
accidente.
Y esto es en ocasiones lo que he
visto, accidentes espirituales, cuando hay líderes o pastores que por su
personalidad o habilidad oral llaman demasiado la atención a sí mismos. Otros
causan accidentes por su influencia personal o abuso de autoridad.
Cuando a Juan le dijeron que sus discípulos se estaban yendo tras Jesús,
respondió con la más gloriosa respuesta que ha de gobernar todo ministerio. (Jn. 3:27-31).
Hermanos, que nuestro ministerio sea menguante y nuestro gozo será cumplido
a medida que vemos la Luz de Cristo aumentar en el rosto de los que estamos sirviendo.
Nuestro servicio o ministerio será más eficaz a la medida que Cristo va
creciendo en nosotros al tiempo que manguamos. Esto es por medio de la llenura
del Espíritu.
Pedro y Juan cuando se encontraron con el cojo a la puerta del templo,
reconocieron su pobreza al tiempo que supieron de su riqueza en Cristo. Cuando
la Iglesia aprenda que todo enriquecimiento en habilidad natural y posesiones
no es más que pobreza, comenzará a recuperar su gloria en Cristo.
Hemos estado considerando tres principios espirituales que se dejan ver en
la relación de Juan el Bautista con el Señor. Sería bueno que hoy nos pusiéramos
delante del Señor en meditación para considerarnos a nosotros mismos bajo estas
tres mismas reglas. Quizás no te sientes totalmente identificado porque tú no
eres un pastor u ocupas un lugar de liderazgo en tu iglesia. Pero has de saber
que todo lo que hacemos, incluso en lo que “llamamos vida secular” es ministerio. Pablo nos muestra una regla que puede ser
aplicada a todo, cuando dice; “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa,
hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1Co.
10:31). ¿Has pensado alguna vez que por el hecho de ser habitado por el
Espíritu de Cristo, todo lo que haces y dices es ministerio? Qué bueno y
provechoso sería que en todo momento fuéramos conscientes de que somos
Embajadores de Dios. Que en todo lugar que estamos llevamos la fragancia de
Cristo. No necesitamos un diploma que diga que somos ministros. No necesitamos
credenciales de ninguna organización terrenal. Dios el Padre te ha acreditado
cuando te confió Su Espíritu. Eres un diplomático y embajador de la Sion celestial. En todo momento y lugar
representas tu Nación y tu Rey.
Termino con esta breve sugerencia Lucas nos dice así de Juan; “…vino palabra
de Dios a Juan….en el desierto” (Lc. 3:2) El primer llamado que Juan recibió no
fue para ir a predicar ni a bautizar. El primer llamado fue a esperar la
palabra de Dios en el desierto. Cada momento que esperamos en Su presencia para
escuchar su palabra no es tiempo perdido. El leñador no pierde tiempo cuando
afila su hacha.
Si eres siervo las palabras de Samuel deben de estar continuamente en tu
boca; “Habla, Jehová, porque tu siervo oye.” (1Sa. 3:10.)
¡¡Señor vacíanos de todo lo que no eres TÚ!! Que tu riqueza en nosotros sea
tu Don celestial. Que entendamos que nuestra gloria está en nuestra humillación
porque tu resistes al hombre que confía en si mismo pero das gracia al humilde.
Espíritu Santo llénanos de Cristo a servirlo a los que nos rodean.