MI CAMINO

jueves, 28 de agosto de 2014


Hebreos 2:10-18.B

 

Como ya mencioné en la lección anterior he querido tratar esta porción del capítulo dos desarrollando dos doctrinas importantes para nuestro tiempo. La primera fue el asunto de la muerte y resurrección. Me extendí una lección más en el aspecto de la resurrección porque es importantísimo tener bien claro a qué se refiere la Palabra cuando habla de la primera y la segunda resurrección.

Mi argumento fue que para vivir una vida de victoria sobre el pecado es necesario que sepamos y creamos que ya hemos resucitado literal y espiritualmente. Para ello tomé el texto de Jn. 5:24-29, demostrando que la primera resurrección es espiritual y ocurre en la conversión y la segunda resurrección es del cuerpo y ocurrirá en la segunda venida del Señor.

 

La segunda doctrina que miraremos brevemente en este bloque de versículos es la doctrina de la adopción. En tan solo 7 versículos el autor menciona “hijos” tres veces, “hermanos” otras tres veces y “…descendencia de Abraham una vez. ¿Quién son estos descendientes de Abraham que son hijos de Dios y hermanos de Jesucristo? La respuesta es muy fácil y todos la conocemos, pero como mencioné en la lección anterior, toda doctrina o interpretación bíblica ha de ser consistente en toda la Biblia y no tener una doctrina en un libro de la Biblia y otra doctrina opuesta en otro libro de la Biblia.

 

La Palabra nos dice claramente que Israel son los descendientes de Abraham a quien Dios llama hijos. (Ex. 4:22; Dt. 14:1,2; Ose. 1:10; 11:1) Esta relación filial de Israel con Dios es una relación de elección y pacto. Incluso Pablo nos dice que a Israel la pertenece “…la adopción, la gloria, el pacto…” Ro. 9:4.

 

Sabemos que Israel como nación y bajo el pacto de Moisés fracasa en su llamado como hijos de Dios y esta es la denuncia de los profetas.  Isa: 1.2, 4. Moisés ya lo profetizó acerca de esto (Det. 32:5-6, 18-20.)

 

Más adelante, a medida que la revelación va aumentando, las Escrituras nos hablan del pacto davídico donde un descendiente de David será llamado Hijo de Dios. 2Sa. 7:14; Sal. 2:7; Sal 89:1ss.

 

Cuando llegamos al Nuevo Testamento el Espíritu Santo aplica la cita de (Ose. 11:1) a Jesucristo, Mat. 2:15. Sabemos que Oseas nos habla del amor de Dios sobre su hijo Israel y por ello lo llama de Egipto con gran redención.  Más adelante en los evangelios vemos varias veces que la Voz del cielo declara; “…Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 3:17; 12; 18; 17:5; Mr. 9:7; Lc. 35:4) La Voz divina no está hablando del Hijo Eterno, el Logos, sino que nos está declarando a Jesús de Nazaret como el Hijo amado, el Siervo de Jehová (Isa. 42:1ss) que Dios siempre quiso tener en Adán y en Israel.

 

Entender esto es de suma importancia para comprender de la manera en que Dios obra en redención. Dios ha incorporado en Cristo tanto a Israel como al gentil para poder salvar a ambos. Jesucristo es la simiente de Abraham en la cual son benditas todas las naciones incluyendo Israel.

 

Pablo levanta un buen argumento en Gálatas y Romanos acerca de la elección divina y la adopción en la simiente de Abraham formando un solo Israel.

 

En Ro. 9:6 y 7 el Espíritu Santo nos dice que “no todos los que descienden de Israel son Israelitas” y también; “… ni por ser descendientes de Abraham , son todos hijos.” Luego en el verso 8 dice; “No los que son hijos según la carne son hijos de Dios, sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes”

Más adelante en los versos 23 y siguientes nos habla de “…los vasos de misericordia que Él preparó de antemano para gloria”  esto es, aquellos que serán glorificados según (Ro. 8:30) Y maravilla de las maravillas aquí están incluidos en un solo llamado a judíos y gentiles; “…a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles”

 

Todos hemos sido llamados por el Evangelio de Dios para ser incorporados en el Israel de Dios, esto es, Cristo, y así formar un solo Cuerpo, o solo pueblo, o un solo olivo, o un solo hombre, o un solo templo, como lo queramos llamar.

 

En Ef., 2:11ss el apóstol nos habla de esta entrada en el Israel de Dios a pleno derecho y beneficio, habiendo sido “anunciadas las buenas nuevas de paz” a los que estaban lejos, esto es, los gentiles y a los que estaban cerca, esto es, los judíos. Teniendo ambos entrada por un mismo Espíritu. Ahora los creyentes son miembros de la familia de Dios. Esto es, hijos a pleno derecho como también dice en el libro de Gálatas.

Ga. 3:7. “…los que son de fe, estos son hijos de Abraham.”

Ga. 3:9. “…los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”

Ga. 3:14. “…para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que

                  Por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”

Ga. 3:26. “…pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.”

Ga. 3:28, 29. “…Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa.”

Ga. 4:6, 7. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre." Así que ya no eres más esclavo, sino hijo; y si hijo, también eres heredero por medio de Dios.”

 

He traído este argumento porque me consta que en estos días hay una admiración casi reverente a todo aquel que se llama Israelita o judío. Incluso muchos cristianos hacen una diferencia entre la Iglesia y el pueblo de Israel como si los cristianos vamos a ser en el cielo o la resurrección ciudadanos de segunda clase. Esto es absolutamente antibíblico. El Cuerpo de Cristo no está dividido y Dios no tiene dos planes de salvación. Dios solo tiene un pueblo, un Israel, y estos son solo los que han creído y han sido bautizados, incorporados, en Cristo que es el verdadero Israel. Este y solo este es el pueblo elegido por Dios como he demostrado claramente por las Escrituras.

 

Aquel cristiano que hace diferencia entre Israel y la Iglesia no tiene ningún derecho a apropiarse ninguna promesa o escritura del Antiguo Testamento porque en ese caso el Antiguo Testamento fue escrito para Israel.

Pero gloria a Dios por su infinita gracia y sabiduría que nos ha dado a conocer el “misterio de Cristo” (Ef. 1:9; 3:5,6; Col. 1:26,27) El misterio de reunir y reconciliar todas las cosas en Cristo.    ¡¡Aleluya!!

 

Quiero concluir con las palabras de Pablo cuando se despide en su carta a los romanos. Este, después de citar varias escrituras del AT sobre el misterio, que los gentiles en Cristo iban a ser adoptados como hijos e incorporados en el pueblo de Dios. Dice así; “…Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del espíritu Santo.” Ro. 15:13.

 

 

SI OYERES HOY SU VOZ

 

Si, aleluya hoy nos llenamos de gozo en el creer por el poder del Espíritu Santo.

 

Hoy le podemos llamar Padre no solo por una adopción legal, esto es, de pacto. Sino por una adopción por engendro del Espíritu Santo en la resurrección de Cristo. Esto nos hace Pueblo de Dios, pero aún más. No pueblo de la Jerusalén actual que está en esclavitud, sino de la Jerusalén de arriba, la Sión celestial.

 

Hoy podemos llamarle Padre porque el Espíritu de su Hijo, nuestro hermano, clama dentro de nosotros ¡¡Abba Padre!!

 

Hoy con gozo y esperanza cierta esperamos el día de la libertad gloriosa de los hijos de Dios, cuando recibamos la adopción total que es la redención de nuestros cuerpos. Entonces se manifestará lo que hemos de ser, y seremos semejantes a Él, porque le veremos tal y como Él es.

Ro. 8 y 1Jn.3.

 

¡¡ A Dios solo sea la gloria!!

 

 

jueves, 14 de agosto de 2014

Hebreos 2:9-18

Comenzamos esta sección tan importante donde nos habla sobre nuestra salvación de la muerte. Es necesario que tomemos el tiempo necesario en este tema y por su importancia he considerado que en lugar de estudiar esta sección versículo tras versículo, lo hagamos en  bloques. Esto es, veremos los versículos 9, 14, y 15 en un bloque. El tema que trataremos hoy es el tema de la muerte en su contexto bíblico.

En el estudio anterior vimos como Jesús fue hecho poco menor que los ángeles. Esto es porque tuvo que tomar un cuerpo mortal como nosotros, o si quieres ponerlo de otra manera, un cuerpo capaz de gustar la muerte, como menciona el autor. Era necesario que Cristo participara de carne y sangre para poder redimir a sus hermanos de la muerte.

El problema fundamental del hombre es la sentencia que recibió en el huerto del Edén; “…el día que comieres morirás”  (Gen. 2:17) Vemos que el hombre no murió inmediatamente por lo que debemos entender que la muerte a la que Dios se refiere es algo más que la disolución del cuerpo. En el momento que el hombre pecó, cayó bajo el poder de la muerte y sus efectos comenzaron a operar en él.  La muerte, en el contexto bíblico, es algo que envuelve la totalidad del hombre; espíritu, alma y cuerpo. El hombre no muere solamente como cuerpo, sino que muere como ser espiritual también.

A parte de la muerte física, la Biblia nos habla también de la muerte espiritual y la muerte eterna.

La Muerte Física
La Biblia define la muerte física como la separación del cuerpo y el espíritu. (Sant. 2:26; Job. 34:14,15; Sal. 104:29; Ecl. 12:7) Por lo tanto en la misma definición bíblica de la muerte física podemos ver que no es el final del hombre o la existencia, sino que la muerte física es la transición de un estado de conciencia físico a otro espiritual. El Señor Jesús hace mención de estos dos aspectos en Lc. 12:4,5. Para el cristiano la muerte física es el paso inmediato a la presencia del Señor. (2Co. 5:8; Fil. 1:23) Esto es por lo que en ocasiones a la muerte de los creyentes se le compara al acto de dormir. (1Co. 11:30; 1Co. 15:6,18; 1Te. 4:13; Hch. 7:60).

La Muerte Espiritual
Así como la muerte física es la separación del cuerpo y del espíritu, de igual manera la muerte espiritual es la separación de la persona y Dios. Nuevamente es el pecado que ha puesto separación y enemistad entre Dios y el hombre. Ro. 8:7,8; Col. 1:21. Por lo tanto “estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1) Estar muerto espiritualmente es estar ajenos a la vida de Dios, insensibles a Dios y con el entendimiento entenebrecido. (Ef. 4:18). Esta es la condición de todo hombre. Cuando nacemos ya nacemos muertos espiritualmente, por lo que la enseñanza bíblica nos habla de la necesidad de un “Nuevo Nacimiento” Jn. 3:5-6, Jn. 1:13; Gal.6:15; Ef.2:1; Tit. 3:5; San. 1:18; 1Pe.1:3, 1Pe. 1:23-25.
Aunque la muerte espiritual es la separación de Dios por el pecado y la rebeldía. Dios no está totalmente separado del incrédulo. Juan nos dice que Dios ama al mundo, Mateo nos dice que Dios hace llover sobre justos e injustos y Pablo nos dice; (Dios) “…en las edades pasadas el ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría nuestros corazones.” Hech. 14:16,17
Esto nos da a entender que mientras el Espíritu Santo se está moviendo sobre la faz de la tierra, en la Nueva Creación, convenciendo de justicia, juicio y pecado (Jn. 16:8-11), Mientras esto ocurre, Dios no se ha separado totalmente del hombre pecador, recibiendo este los beneficios de un Dios amoroso y compasivo.


La Muerte Eterna.
La muerte eterna es la total y completa separación de Dios con el hombre. Muerte eterna es existencia sin vida, siendo Dios el origen y único poseedor de la vida. Vida eterna es la vida de Dios en una completa y total armonía de todo bien. Por tanto muerte eterna es la ausencia de esa Vida (con mayúscula) es la ausencia de todo bien.
Jesús dijo; “…ninguno hay bueno sino solo uno; Dios” Mar. 10:18 y Santiago nos dice que todo bien procede de Dios. Sat. 1:17. Así que fuera de Dios no hay bien.
La muerte eterna es lo que Juan llama la segunda muerte (Ap. 2:11; 20:6,14; 21:8). Esta segunda muerte vendrá con la declaración de Cristo; “…entonces dirá también a los de la izquierda; Apartaos de mí malditos al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41; Mat. 7; 23).


Victoria sobre la muerte
Ahora venimos a los versículos 14,15 de nuestro estudio de Hebreos. Para poder librarnos de la muerte, el Hijo de Dios eterno tuvo que tomar la naturaleza humana, sujeta a muerte y por medio de esta naturaleza confrontarse con el que tenía el imperio de la muerte.
Es necesario que entendamos lo que significa que el diablo tenía el imperio de la muerte. No es que él tiene la potestad sobre la muerte, porque Dios es el Señor de la vida y donde hay vida no puede reinar la muerte. Por tanto solo Dios es Señor de la vida y la muerte.
Fue el pecado lo que introdujo la muerte (Gen. 2:17; 3:19; Ro. 5:12) El poder de la muerte que tiene el diablo es como acusador por cuanto la vida del hombre siempre era condicional a la obediencia a Dios. (Dt.30:15,19) Esto es por lo que el versículo 15 de nuestro texto dice; “…y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre”   ¿A qué servidumbre se refiere el autor? A la servidumbre de la ley. Si es la obediencia a la ley la que me proporciona la vida o la desobediencia a la ley es la que me condena a la muerte, entonces soy siervo de la ley por temor a la muerte. (Ro. 8:15; Ga. 5:1). También Pedro nos da esta misma idea en el primer concilio de Jerusalén. Hch. 15: 10,11.

¿De qué manera fue destruida la muerte? El versículo 9 de nuestro texto nos dice que Cristo “gustó la muerte por todos” Cristo fue hecho pecado estando en la cruz (2Co. 5:21) por lo que sufrió no solamente la muerte física sino también la muerte eterna, cuando proclamo la más horrenda exclamación; “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mat. 27:46. Dando a entender la completa separación de Dios y el Hombre Representativo.
Allí en la Cruz nuestro Señor clavó y así anuló lo que Pablo llama “el acta de los decretos que había contra nosotros” (Col. 2; 14.) Al no haber ya más delito, tampoco puede haber acusación y por lo tanto fue destruido el que tenía el imperio o autoridad sobre la muerte. ¡¡Aleluya!!
Fue de esta manera que la muerte fue destruida por medio de la muerte, como anunciaron los profetas (Isa. 25:8; Ose. 13:14) y la inmortalidad nos fue traída. (2Tim. 1:10)
Una vez había pagado el precio del pecado por todos a la justicia de Dios la muerte ya no pudo retenerlo, como dice Pedro; “…al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” Hch. 2:24.

Es en esta resurrección que nosotros, los que hemos creído, experimentamos la primera fase de nuestra victoria sobre la muerte.

Lamentablemente aquí hay un poco de diferencia en cuanto a las diferentes interpretaciones teológicas sobre la resurrección. Ahora bien, en vista de que la mayoría de los cristianos hoy en día han adoptado la interpretación “dispensacionalista” sobre la resurrección, me permito exponer brevemente la interpretación que siempre ha creído la iglesia hasta hace tan solo cien años.

La resurrección de los muertos.
La Biblia nos habla claramente de dos muertes y dos resurrecciones. (Ap. 20:6,14). La enseñanza dispensacionalista dice que la primera resurrección (la de los creyentes) es la que ocurrirá en el arrebatamiento y la segunda resurrección es la que ocurrirá al final del milenio (la de los incrédulos) y estos serán lanzados al lago de fuego que es la muerte segunda.

La iglesia siempre ha creído que la primera resurrección es la resurrección espiritual que Cristo menciona en Jn. 5:24-29. En este pasaje el Señor habla de dos resurrecciones, la primera en los versos 24, 25 y la segunda en los versos 28, 29. De la primera resurrección dice; “…tine vida eterna y no vendrá a condenación” y también dice; “…viene la hora y ahora es” Con respecto a la segunda resurrección dice; “…viene la hora” pero no vuelve a decir; “…la hora es” sino que habla en futuro, diciendo; “saldrán a resurrección de vida” y “…a resurrección de condenación”
Luego entonces la primera resurrección es una resurrección espiritual como Pablo dice en Ef. 2; 1,-6. “…Y él os dio vida a vosotros cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados…aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…y juntamente con él nos resucitó.”   
Entonces la primera resurrección es la resurrección espiritual. Es por eso que los que hemos resucitado con Cristo la segunda muerte no tiene poder sobre nosotros. Pero aquellos que no han resucitado espiritualmente con Cristo, la segunda muerte se apoderará de ellos.

La segunda resurrección es la del cuerpo  donde todos participaremos juntamente, tantos buenos como malos para presentarse ante el gran trono blanco. Allí hay dos libros, uno de las obras que los hombres han hecho y el otro libro es el libro de la vida. Son los que no se hallan inscritos en el libro de la vida que participan de la muerte segunda.

Cuando la Biblia nos habla de la segunda resurrección lo dice de creyentes y de no creyentes al mismo tiempo y no con intervalo de mil años. Ver. (Mat. 25:46; Hech. 24:15; 2Co. 5:10; 2Te. 1:7-10; 1Co. 15:22, 23; 1Te. 4:13-18; Dan. 12:2.)

He querido exponer brevemente esta interpretación clásica de la resurrección para aquellos que toman serio el estudio de la Palabra y así ser desafiados a escudriñar las Escrituras. La enseñanza más popular hoy en día solo nos ha llegado hace 100 años cuando el dispensacionalismo de J. N. Darby fue acogido por la Biblia anotada de Scofield.
Quiero terminar con las palabras victoriosas de Pablo. (1Co. 15:55ss) Este siervo de Dios después de ver la gracia de Dios en Cristo y el poder de su resurrección, hace estas dos preguntas; “…¿Dónde está oh muerte tu aguijón? ¿Dónde o sepulcro tu victoria?
La respuesta nos viene dada al ver que Cristo tomó en sí mismo la picadura del escorpión y por lo tanto la muerte para el cristiano ya no es mortal, el sepulcro no nos podrá retener.
Y sigue diciendo el apóstol que el agujón mortífero es el pecado que ha recibido el poder por medio de la ley. Pero gloria a Dios que esa ley ha sido cumplida y por lo tanto quitada del medio. Ahora “…la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2)
A Dios solo sea la gloria.