Heb. 1:10-14
Venimos a las
últimas citas del Antiguo Testamento que el Espíritu Santo usa para mostrarnos
al Hijo en relación con los ángeles en la revelación divina. Otra vez quiero
aclarar que el propósito del capítulo uno de Hebreos es demostrar la
superioridad de la Palabra de Dios que nos viene por el Hijo en comparación con
la palabra de Dios que nos vino por medio de los ángeles, que fueron los
mediadores del Antiguo Pacto.
La primera cita
del AT proviene del Salmo 102. Este
salmo anónimo es la oración de un afligido por Sión, la ciudad del gran Rey, el
pueblo de Dios. La primera parte de la oración resalta la brevedad y la
fragilidad de la vida de un siervo de Dios que intercede por la obra de Dios.
La segunda parte de la oración es el consuelo que recibe este siervo, pero no
porque ve su oración contestada, sino porque ve la eternidad, inmutabilidad y
la fidelidad de Dios por su pueblo. Esta es su consolación, que aunque él mismo
no vea la respuesta de su oración, sin embargo está seguro que “…su
descendencia será establecida delante de ti”
En medio de este
drama hay tres versículos (25,26 y 27)
que el Espíritu Santo aplica a Cristo y que en el texto del Salmo son aplicados
a Jehová. Este texto nos habla de tres atributos divinos; su omnipotencia, su
eternidad y su inmutabilidad. Todo esto, según Hebreos, es atribuido al Hijo.
Cuanto podríamos decir
acerca de Cristo y nuestra salvación en el contexto de estos atributos, el
tiempo nos faltaría y la realidad de esta verdad está infinitamente por encima
de nuestra comprensión. Pero hablaremos un poco en la línea del autor de este
salmo para aplicarlo a la seguridad de nuestra salvación.
Aquí vemos a un
intercesor por Sión. Una intercesión como la que describe este salmista solo es posible cuando Dios ha
encontrado a un hombre o mujer suficientemente fie para descargar Su corazón en
él o ella. Lee atentamente los versículos 3 al 11 y dime si no es de una
persona que ha entrado en las profundidades del Espíritu de Dios, el de una
persona que su sola pasión es ver a Sión edificada y que la gloria de Dios sea
vista en medio de ella (V.16)
Esta
persona, (que para mí es un prototipo de cientos de intercesores que han
existido), ve sus días pasar rápidamente como el humo, como la sombra que se va
y se está secando como la hierba. Solo tiene un consuelo, y este es el
conocimiento que tiene de su Dios. Sus días terminan pero Jehová permanece para
siempre. La obra está en manos del que es eterno (v.12). Sabe que Dios es
misericordioso (v.13). Sabe que Dios es el que edifica Sión. (v16) Sabe que
Dios considera la oración de los desvalidos y no desecha sus ruegos. (v.17). Sabe
que Dios mira desde los cielos para oír el gemido de los presos y soltar a los
sentenciados a la muerte. (v.20, 21). ¿Conocemos así a nuestro Dios? ¿Tenemos
tal pasión por ver la gloria de Dios en su iglesia? Gloria a Dios por sus
intercesores “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas;
todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová,
no reposéis, ni le deis, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por
alabanza en la tierra. Isa.
62:7
Definitivamente Cristo es el intercesor que pone su vida por Sion porque
ama sus piedras al mismo tiempo que es el que publica en Sión el nombre de
Jehová.
Nosotros sus colaboradores intercedemos porque hemos recibido su Espíritu y
por lo tanto su pasión. Pero es necesario que sepamos que todo servicio a Dios
ha de estar basado en la revelación de quien es Dios.
“Más del Hijo dice…”
Al principio de este estudio ya estuvimos meditando sobre el Hijo como
creador y sustentador de todo lo creado. Ahora nos fijaremos en dos declaraciones
que el Espíritu Santo nos dan del Hijo, estas son; “…tú permaneces….”; “…tú
eres el mismo…”
El autor de nuestra salvación es eterno e inmutable. Fijaros que no dice; “permanecerás”
y “serás el mismo” sino que habla en el tiempo presente, el único tiempo verbal
que existe en lo eterno.
En el texto griego, la palabra “permaneces” lleva un doble énfasis, como si
dijéramos “continúas permaneciendo” o “permanentemente
permanente”
Dios es eterno y su salvación es eterna. Nosotros hemos experimentado su
salvación en el tiempo pero su salvación es un acto permanente. Todos los
tratos divinos son en esta dimensión. Hoy es el día de nuestra salvación. Hoy he
sido salvo, hoy mis pecados han sido perdonados, hoy he sido glorificado. No ayer
ni algunos años atrás.
Una de las debilidades en cuanto al entendimiento de nuestra redención es
que nos cuesta asimilar la dimensión divina de esta redención. Nuestra
redención (fue efectuada para nosotros) y (es efectuada para Dios) en los lugares celestiales, ante el
trono eterno e inmutable de Dios. Esta redención es una transacción entre la
Trinidad, donde nosotros hemos sido incluidos por gracia. Segú Pablo esto ha
ocurrido “…antes de la fundación del
mundo” (Ef. 1:3,4)
Esto quiere decir, entre muchas otras cosas, que a lo que Dios ha hecho yo
no le puedo añadir ni quitar. Tomemos por ejemplo el aspecto de la
justificación, que se refiere a mi posición de justicia ante Dios y por tanto
mi aceptación. Pablo dice; a los que conoció, a estos también llamó y a los que
llamó a estos también justificó. Esta transacción judicial ha sido hecha entre
la Trinidad y en la dimensión eterna y fuera del tiempo. Fue promulgada donde
no hay circunstancias ni nada que pueda
mudar o variar. Por tanto no hay nada que yo pueda añadir ni quitar a mi
justificación. Nunca jamás seré más justo ni menos justo, ni lo fui en primer
día de mi redención ni lo seré eternamente en el cielo.
Si es verdad que desde el día que nos convertimos mucho hemos desobedecido
y pecado. Incluso hemos pasado por tiempos de enfriamiento espiritual. Pero
nada de todas estas cosas han afectado al decreto Divino hecho en la eternidad
y ante un Dios que conoce el final desde el principio.
“…pero tú eres el mismo”
La segunda declaración que el autor menciona sobre el Hijo y por tanto de
nuestro Dios y Señor es su inmutabilidad; “…pero tú eres el mismo” Dios no
cambia en su ser, perfección, propósito y palabra. Dios no mejora. No incrementa en conocimiento
o perfección. Sus atributos son infinitos y completos, esto es, Dios ama con
perfecto amor todo el tiempo y por siempre.
Su propósito y voluntad son desde la eternidad y hasta la eternidad. El
apóstol Santiago dice; “…del Padre de las
luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” Sat. 1:17
Cuando Dios se propone un fin determinado no hay nada ni nadie que lo pueda
estorbar. Sal. 33:11; Isa. 46:9-11.
Sus promesas son seguras Núm. 23:19;
1Sam. 15:29.
A mi entender una de las debilidades en cuanto a nuestro entendimiento de
la redención es que no hemos llegado a asimilar la dimensión divina de nuestra
redención. Quiero decir con esto, que nuestra redención fue efectuada en los
lugares celestiales, ante el Trono del Dios eterno e inmutable. Fue una
transacción, un acto según el consejo de Su voluntad y su propósito eterno
realizado entre las tres personas de la Trinidad. Esta redención fue llevada a
cabo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin ninguna aportación en
absoluto de nuestra parte y ofrecida en gracia a los hombres. (Ef.
1:11; 3: 11,12).
El acto, la declaración y promulgación de nuestra redención, justificación,
santificación y glorificación fueron hechos y decretados por el Dios eterno e inmutable.
Nosotros estamos plantados firmemente por Dios en una posición legal. 1Co. 1:30.
Es necesario que nos movamos a la perfección habiendo ya dejado estas
doctrinas rudimentarias, como dice el autor de hebreos; “… Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos
adelante, a la perfección…” (Heb.
6:1) y la base de su exhortación está en la “…inmutabilidad de su consejo.” Heb. 6:17.
El enemigo sabe que somos demasiado introspectivos y se aprovecha continuamente
de esta debilidad. Es necesario que dejemos nuestra redención en las manos de
Dios y no nos preocupemos más de este asunto, lanzándonos totalmente confiados
en que el “…es poderoso para guardarnos
sin caída, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría…”
Jud. 1:24.
Esto que voy a decir puede sonar contradictorio y para alguno herético pero
si quieres santidad tienes que olvidarte de ser santo. Si quiere vencer el
pecado tienes que olvidarte de no pecar. Pon toda tu atención en Cristo y confíate
a su perfecta redención, y así le darás la oportunidad al Espíritu a cumplir la
función por la que te fue dado.
“…si oyeres hoy so
voz..”
Hoy nos postramos ante el Dios eterno e inmutable, el que nunca cambia, el
que ha declarado su buena palabra sobre
nosotros y no se arrepentirá.
La demos gracias y descansamos en que la garantía de mi salvación es su
fidelidad, su eternidad y su inmutabilidad.
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos, así que desde el
primer día que nos acercamos a él nada a cambiado en lo que a Él respecta,
aunque nosotros hayamos experimentado muchos cambios, subidas y bajadas.
Tiempos espirituales y tiempos carnales.