MI CAMINO

martes, 24 de junio de 2014


Heb. 1:10-14

 

Venimos a las últimas citas del Antiguo Testamento que el Espíritu Santo usa para mostrarnos al Hijo en relación con los ángeles en la revelación divina. Otra vez quiero aclarar que el propósito del capítulo uno de Hebreos es demostrar la superioridad de la Palabra de Dios que nos viene por el Hijo en comparación con la palabra de Dios que nos vino por medio de los ángeles, que fueron los mediadores del Antiguo Pacto.

 

La primera cita del AT proviene del Salmo 102. Este salmo anónimo es la oración de un afligido por Sión, la ciudad del gran Rey, el pueblo de Dios. La primera parte de la oración resalta la brevedad y la fragilidad de la vida de un siervo de Dios que intercede por la obra de Dios. La segunda parte de la oración es el consuelo que recibe este siervo, pero no porque ve su oración contestada, sino porque ve la eternidad, inmutabilidad y la fidelidad de Dios por su pueblo. Esta es su consolación, que aunque él mismo no vea la respuesta de su oración, sin embargo está seguro que “…su descendencia será establecida delante de ti”

 

En medio de este drama hay tres versículos (25,26 y 27) que el Espíritu Santo aplica a Cristo y que en el texto del Salmo son aplicados a Jehová. Este texto nos habla de tres atributos divinos; su omnipotencia, su eternidad y su inmutabilidad. Todo esto, según Hebreos, es atribuido al Hijo.

 

Cuanto podríamos decir acerca de Cristo y nuestra salvación en el contexto de estos atributos, el tiempo nos faltaría y la realidad de esta verdad está infinitamente por encima de nuestra comprensión. Pero hablaremos un poco en la línea del autor de este salmo para aplicarlo a la seguridad de nuestra salvación.

 

Aquí vemos a un intercesor por Sión. Una intercesión como la que describe  este salmista solo es posible cuando Dios ha encontrado a un hombre o mujer suficientemente fie para descargar Su corazón en él o ella. Lee atentamente los versículos 3 al 11 y dime si no es de una persona que ha entrado en las profundidades del Espíritu de Dios, el de una persona que su sola pasión es ver a Sión edificada y que la gloria de Dios sea vista en medio de ella (V.16)

Esta persona, (que para mí es un prototipo de cientos de intercesores que han existido), ve sus días pasar rápidamente como el humo, como la sombra que se va y se está secando como la hierba. Solo tiene un consuelo, y este es el conocimiento que tiene de su Dios. Sus días terminan pero Jehová permanece para siempre. La obra está en manos del que es eterno (v.12). Sabe que Dios es misericordioso (v.13). Sabe que Dios es el que edifica Sión. (v16) Sabe que Dios considera la oración de los desvalidos y no desecha sus ruegos. (v.17). Sabe que Dios mira desde los cielos para oír el gemido de los presos y soltar a los sentenciados a la muerte. (v.20, 21). ¿Conocemos así a nuestro Dios? ¿Tenemos tal pasión por ver la gloria de Dios en su iglesia? Gloria a Dios por sus intercesores Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra. Isa. 62:7

Definitivamente Cristo es el intercesor que pone su vida por Sion porque ama sus piedras al mismo tiempo que es el que publica en Sión el nombre de Jehová.

Nosotros sus colaboradores intercedemos porque hemos recibido su Espíritu y por lo tanto su pasión. Pero es necesario que sepamos que todo servicio a Dios ha de estar basado en la revelación de quien es Dios.

 

 

 

 

“Más del Hijo dice…”

Al principio de este estudio ya estuvimos meditando sobre el Hijo como creador y sustentador de todo lo creado. Ahora nos fijaremos en dos declaraciones que el Espíritu Santo nos dan del Hijo, estas son; “…tú permaneces….”; “…tú eres el mismo…”

El autor de nuestra salvación es eterno e inmutable. Fijaros que no dice; “permanecerás” y “serás el mismo” sino que habla en el tiempo presente, el único tiempo verbal que existe en lo eterno.

En el texto griego, la palabra “permaneces” lleva un doble énfasis, como si dijéramos “continúas permaneciendo” o  “permanentemente permanente”

 

Dios es eterno y su salvación es eterna. Nosotros hemos experimentado su salvación en el tiempo pero su salvación es un acto permanente. Todos los tratos divinos son en esta dimensión.  Hoy es el día de nuestra salvación. Hoy he sido salvo, hoy mis pecados han sido perdonados, hoy he sido glorificado. No ayer ni algunos años atrás.

 

Una de las debilidades en cuanto al entendimiento de nuestra redención es que nos cuesta asimilar la dimensión divina de esta redención. Nuestra redención (fue efectuada para nosotros) y (es efectuada  para Dios) en los lugares celestiales, ante el trono eterno e inmutable de Dios. Esta redención es una transacción entre la Trinidad, donde nosotros hemos sido incluidos por gracia. Segú Pablo esto ha ocurrido “…antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:3,4)  

Esto quiere decir, entre muchas otras cosas, que a lo que Dios ha hecho yo no le puedo añadir ni quitar. Tomemos por ejemplo el aspecto de la justificación, que se refiere a mi posición de justicia ante Dios y por tanto mi aceptación. Pablo dice; a los que conoció, a estos también llamó y a los que llamó a estos también justificó. Esta transacción judicial ha sido hecha entre la Trinidad y en la dimensión eterna y fuera del tiempo. Fue promulgada donde no hay circunstancias ni  nada que pueda mudar o variar. Por tanto no hay nada que yo pueda añadir ni quitar a mi justificación. Nunca jamás seré más justo ni menos justo, ni lo fui en primer día de mi redención ni lo seré eternamente en el cielo.

Si es verdad que desde el día que nos convertimos mucho hemos desobedecido y pecado. Incluso hemos pasado por tiempos de enfriamiento espiritual. Pero nada de todas estas cosas han afectado al decreto Divino hecho en la eternidad y ante un Dios que conoce el final desde el principio.

 

“…pero tú eres el mismo”

La segunda declaración que el autor menciona sobre el Hijo y por tanto de nuestro Dios y Señor es su inmutabilidad; “…pero tú eres el mismo” Dios no cambia en su ser, perfección, propósito y palabra.  Dios no mejora. No incrementa en conocimiento o perfección. Sus atributos son infinitos y completos, esto es, Dios ama con perfecto amor todo el tiempo y por siempre.

Su propósito y voluntad son desde la eternidad y hasta la eternidad. El apóstol Santiago dice; “…del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variaciónSat. 1:17

Cuando Dios se propone un fin determinado no hay nada ni nadie que lo pueda estorbar. Sal. 33:11; Isa. 46:9-11. Sus promesas son seguras Núm. 23:19; 1Sam. 15:29.

 

A mi entender una de las debilidades en cuanto a nuestro entendimiento de la redención es que no hemos llegado a asimilar la dimensión divina de nuestra redención. Quiero decir con esto, que nuestra redención fue efectuada en los lugares celestiales, ante el Trono del Dios eterno e inmutable. Fue una transacción, un acto según el consejo de Su voluntad y su propósito eterno realizado entre las tres personas de la Trinidad. Esta redención fue llevada a cabo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin ninguna aportación en absoluto de nuestra parte y ofrecida en gracia a los hombres.  (Ef. 1:11; 3: 11,12).

El acto, la declaración y promulgación  de nuestra redención, justificación, santificación y glorificación fueron hechos y decretados por el Dios eterno e inmutable. Nosotros estamos plantados firmemente por Dios  en una posición legal. 1Co. 1:30.  

 

Es necesario que nos movamos a la perfección habiendo ya dejado estas doctrinas rudimentarias, como dice el autor de hebreos; “… Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante, a la perfección…” (Heb. 6:1) y la base de su exhortación está en la “…inmutabilidad de su consejo.Heb. 6:17.

 

El enemigo sabe que somos demasiado introspectivos y se aprovecha continuamente de esta debilidad. Es necesario que dejemos nuestra redención en las manos de Dios y no nos preocupemos más de este asunto, lanzándonos totalmente confiados en que el “…es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría…” Jud. 1:24.

Esto que voy a decir puede sonar contradictorio y para alguno herético pero si quieres santidad tienes que olvidarte de ser santo. Si quiere vencer el pecado tienes que olvidarte de no pecar. Pon toda tu atención en Cristo y confíate a su perfecta redención, y así le darás la oportunidad al Espíritu a cumplir la función por la que te fue dado.

 

“…si oyeres hoy so voz..”

 

Hoy nos postramos ante el Dios eterno e inmutable, el que nunca cambia, el que ha declarado su buena  palabra sobre nosotros y no se arrepentirá.

 

La demos gracias y descansamos en que la garantía de mi salvación es su fidelidad, su eternidad y su inmutabilidad.

 

Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos, así que desde el primer día que nos acercamos a él nada a cambiado en lo que a Él respecta, aunque nosotros hayamos experimentado muchos cambios, subidas y bajadas. Tiempos espirituales y tiempos carnales.

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario