MI CAMINO

lunes, 10 de noviembre de 2014


Hebreos 2; 11,12.

Hoy consideraremos estos dos versículos que forman parte de lo que podríamos llamar el descenso del Hijo para identificarse con sus hermanos. Recordemos que la epístola comenzó hablándonos de la gloria del Hijo pero a partir del verso nueve del capítulo dos comenzamos a ver ese descenso o humillación. Todo esto es para llevarnos a los versos 17, y 18. Era necesario que fuera igual que sus hermanos y padeciera para ser perfecto Salvador y fiel sumo sacerdote.

 

 

Estos dos versículos tratan fundamentalmente con la identificación de Cristo con sus hermanos, la relación fraternal con el pueblo de Dios. Esta unidad viene dada primordialmente en Dios y con respecto a Dios, de ahí  que dice “…el que santifica (Cristo, Heb. 10:10) y los que son santificados (los hermanos) de uno (Dios Padre) son todos”  Podemos entender mejor esto si miramos Heb. 5:1. Todo sumo sacerdote ha de ser tomado entre los hombres.  Era necesaria la encarnación para que fuera posible esta fraternidad entre Cristo y los hijos de Dios. Lucas lo muestra claramente en su genealogía de Cristo llevándole desde José hasta “Adán, hijo de Dios”  (Luc. 3:38). Entonces primero tenemos una unidad de género. Luego seguimos leyendo (5:1) “constituido a favor de los hombres” Esto nos da una unidad de oficio. Como veremos ampliamente en el resto de la epístola, Jesús nos representa continuamente delante de Dios como sumo sacerdote y ofrenda. Cristo es el representante de una Nueva Raza engendrada por el Espíritu de Dios. (Jn. 1:13; 3:3,5; 1Pe. 1:3,23; San. 1:18). Termina este versículo hablando de los pecados, que puesto en el sentido positivo, se refiere a nuestra santidad.  Volviendo a nuestro texto (2:11) podemos ver que también hay una unidad de carácter. El que santifica y los que son santificados, esto es; El Santo y los santos.

Por medio de la voluntad consagrada a Dios de Cristo, hemos sido santificados para adorar y servir a Dios. Separados para Dios como nación santa. (1Pe. 2:9).

 

 

Cristo no se avergüenza de nosotros

Es por haber sido santificados por Cristo y engendrados por el Espíritu que somos hechos hijos de Dios y por lo tanto Él no se avergüenza de llamarnos hermanos y hermanas. 

Creo que es necesario que tengamos cuidado de no abusar indebidamente de este texto, como diciendo: “Mira, somos tan malos y Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos” Recordemos que es a los santificados de los que no se avergüenza. Aquellos que no solo están unidos a Él en género, sino también en oficio y carácter.

En una ocasión el Señor habló a aquellos que eran de su mismo pueblo advirtiéndoles que si se avergonzaban de él en su sufrimiento y cruz, él también se avergonzaría de ellos en su venida. Mar. 8:38. En otra ocasión el Señor diferenció quienes eran sus verdaderos hermanos incluso excluyendo a los de su propia sangre si no se conformaban a honrar al Padre por medio de la obediencia. (Mat. 12:46-50). Y esta obediencia solo es posible bajo el Nuevo Pacto, esto es, en base a la obra que Dios ha hecho y consumado en Cristo.

Así que Cristo no se avergüenza porque éramos del Padre. (Jn.  17:6). No se avergüenza porque el Padre nos entregó al Hijo (Jn. 6:37). No se avergüenza porque hemos recibido y creído su palabra. (Jn. 17:8). No se avergüenza porque hemos honrado al Padre cuando creímos en el Hijo. (Jn. 5:23). No se avergüenza porque hemos recibido su mismo Espíritu que clama Abba Padre (Ga. 4:6). No se avergüenza porque Él mismo nos ha dado la gloria que recibió del Padre. (Jn. 17:22). No se avergüenza porque por el poder del Espíritu que mora en nosotros estamos siendo transformados a Su imagen. (2Co. 3:18). Y así podíamos continuar mirando todo aquello que Dios ha hecho en la redención y por lo que el Hijo no se avergüenza de llamarnos hermano. Pero todo en base a lo que Dios ha hecho y no nosotros en nuestras obras.

 

 

 

Cristo en medio del Remanente

Para demostrar la declaración que ha hecho de Cristo con respecto a sus hermanos, el autor toma dos citas del Antiguo Testamento. La primera la toma del Salmo 22 y la segunda de Isaías 8.

El Salmo 22 es un salmo claramente Mesiánico ya que el mismo Jesús  cita el primer verso estando en la cruz; “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34). También los versículos 16 y 18 se cumplieron en la crucifixión. Finalmente el verso que el autor toma para demostrar su argumento es el 22; “Anunciaré tu nombre a mis hermanos. En medio de la congregación te alabaré”

Este salmo está claramente dividido en dos partes. La primera es el grito de angustia de un fiel que está pasando por un periodo donde Dios parece haberlo abandonado. Es perseguido y los que le ven se mofan de él por confiar en Dios aún en la angustia. La segunda parte del salmo es un canto de alabanza al Dios que le ha socorrido. Este salmo es un testimonio a la fidelidad de Dios par con aquellos que esperan en Él.

Es en medio de este regocijo que encontramos la cita que el autor usa y aplica a Jesús llamándonos hermanos y alabando en medio de la congregación.   

Jesús que es el verdadero remanente fiel de Dios se identifica totalmente con los fieles y viene para anunciarnos el nombre de Dios. En el lenguaje bíblico el nombre de una persona representa el carácter de la persona. Cristo vino para mostrarnos al Padre (Jn. 1:18; 17:6) Y continua esa misión por medio del Espíritu Santo que nos ha enviado. (Jn. 17:26). Este conocimiento de Dios Padre, de su carácter y persona produce ese amor en la comunidad cristiana que trae veradera unidad en el Espíritu. Esto es así de tal manera que Juan dice; “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1Jn. 4:8)

 

Miraremos ahora la cita de Isaías y luego trataremos de unirlas en un mismo tema tal y como el autor las ha visto.

 

 En Isa.8:17 el profeta Isaías trae un mensaje al rey y al pueblo de arrepentimiento y salvación, pero ni el rey ni el pueblo quieren escuchar. Como resultado del rechazo de su mensaje el profeta determina “…esperar a Jehová, el cual ha escondido  su rostro de la casa de Jacob” Esta frase (Jehová escondió su rostro) es el eslabón que el autor de hebreos ven con el salmo 22 donde el justo sufre el aparente abandono de su Dios. En ambos textos la actitud tanto del profeta como la del justo es esperar y confiar en la salvación de Dios.  

La siguiente cita (Isa. 8:18) el profeta dice que él y sus hijos son señales y presagio en Israel de parte de Jehová. El nombre de Isaías significa “Jehová salva” y los nombres de sus dos hijos eran; “El despojo se apresura, la presa se precipita” y “Un remanente volverá” Estos tres nombres eran una señal y una profecía continua a los ojos y oídos de todo el pueblo.

La palabra o idea que el autor de hebreos usa en esta tercer cita es; “He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”

 

Explicación de estos tres textos

En los tres textos que el autor de hebreos ha tomado del AT podemos ver claramente que dentro del  Israel natural hay un remanente fiel que confía y espera la salvación de Dios. Este remanente es rechazado por el Israel natural y se mofan diciendo “…se encomendó a Jehová; líbrele él. Sálvele puesto que en él se complacía” (Sal.22:8) Frase que repitieron sobre Jesús en la crus los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos del pueblo. (Mat. 27:43).

Es por medio de la fe, la fidelidad y la confianza de este remanente sufriente que Dios puede traer al Mesías prometido. Ellos permanecen confiados y en espera aún en medio de juicio y la vuelta del rostro de Dios.

Es importantísimo que veamos esta asociación entre el Hijo y sus hermanos en el remanente del AT hasta la misma María, Elisabeth, Simeón, etc. Estos son los hermanos y los hijos del AT de los cuales Dios no se avergüenza.

 

Aplicación de lo mismo al presente.

Nosotros nos encontramos entre la primera y la segunda venida de Cristo. Dios también ha hablado de salvación y juicio. Al igual que en el AT hay quienes no han creído el mensaje y quienes lo han recibido y esperan la venida y salvación de Dios. Los que hemos creído  somos señal y presagio de Dios. En este sentido somos a Cristo lo que Isaías y sus hijos eran a Dios, una proclamación de salvación y una proclamación de juicio. Pablo lo dice así; “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden…” (2Co. 2:15ss).

 

Los que creemos somos testimonio y proclamación del carácter de Dios, decimos con nuestra fe que Él es misericordioso y justo, es fiel y verdadero, poderoso y glorioso en salvación.

 Aún no se ha manifestado la salvación de Dios en su totalidad. Aún estamos en debilidad, enfermedad, muerte física, persecución, pruebas, etc. Pero en todo esto, incluso cuando hay momentos donde parece que Dios ha vuelto el rostro, como lo hizo con su Hijo en la cruz, aún así en esperanza proclamamos Su fidelidad. Los que no creen en la resurrección y en su venida para juzgar y establecer su reino en la tierra se mofan de nosotros. Nos juzgan y condenan en nuestras debilidades y aflicción diciendo que Dios nos ha abandonado. Pero nosotros sabemos que esta es parte de la participación de sus sufrimientos y que en sufrimiento y en gloria estamos unidos a Él por la eternidad.

 

 

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