MI CAMINO

lunes, 24 de noviembre de 2014


HEBREOS CAPITULO 3

 

 

Terminamos el capítulo dos introduciendo al Hijo, semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso,  fiel sumo sacerdote y poderoso para socorrer a los que son tentados.

Es por el hecho de su sufrimiento y tentaciones igual a las nuestras, pero sin pecado, que le califica para su ministerio sacerdotal. El se ha identificado con nuestra debilidad pero en pode y gloria. Nosotros nos identificamos con su santidad y gloria, pero en debilidad.

 

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO 3

El capítulo tres no comienza con un nuevo tema. Debemos mantener en mente que la epístola fue escrita para exhortar a la fidelidad a Cristo en medio de la persecución y para evitar que los hermanos regresaran a la práctica del ministerio terrenal y las sombras. Así que este capítulo va a hablar sobre la fidelidad a Cristo. Para ello el autor pone dos ejemplos. El primero es positivo comparando la fidelidad de Moisés y la de Cristo como siervos y el segundo ejemplo es negativo destacando la infidelidad del pueblo que no pudo entrar en la tierra de la promesa  a causa de su incredulidad y por tanto quedaron postrados en el desierto. Este capítulo es pertinente y de gran importancia para nosotros porque el autor relaciona la promesa de entrar a la tierra prometida de aquellos con “la participación de Cristo”. Con esto quiero decir que si aquellos se perdieron la promesa de la tierra por infidelidad, nosotros también estamos en el peligro de perdernos “la participación de Cristo” si no permanecemos firmes hasta el fin. Porque al llamado y la invitación a entrar en su reposo sigue hasta hoy (…si oyereis hoy su voz”. 3:7).

 

Hebreos 3:1

“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.”

 

Este “Por tanto” enlaza lo que venía diciendo del capítulo dos y es la conclusión y la exhortación al argumento que comenzó en (2:9). El argumento es que el Señor de Gloria, el creador y sustentados de todas la cosas se humilló y participó de carne y sangre al igual que sus hermanos que ha de llevar a gloria. Estando en carne fue tentado y padeció  calificándole así para ser un Sumo Sacerdote, misericordioso, fiel y poderoso, constituido a nuestro favor. El capítulo dos termina diciendo que Él es misericordioso, fiel y poderoso Sumo Sacerdote capaz de socorrer a los que son tentados.

 

En este capítulo el autor se dirige por primera vez a sus oyentes dando a entender con esto que ha estado muy ocupado tratando de preséntales la persona del Hijo como la final y última palabra de revelación Divina. Todo lo que Dios ha determinado revelar de sí mismo está en el Hijo y fuera de Cristo no hay Dios porque él es Emanuel.

 

Se refiere a ellos como “hermanos santos” Personas que han venido a ser parte de la familia de Dios (Ef. 2:19; 3:15) y que han sido separados y consagrados por Dios y Dios.   Estos hermanos y al igual que todos los que han creído son “participantes del llamamiento celestial” El llamamiento nos viene de parte de Dios mediante Jesucristo y por el Evangelio. Es un llamamiento santo y para alcanzar la gloria de Jesucristo. Este llamamiento es celestial porque viene del cielo y es para el cielo.

(Para entender mejor este aspecto del llamado celestial mirar los siguientes versículos; (Rom.1:6-7, Rom. 8:28-30, Rom. 9:24; 1Co. 1:2; Ef. 4:1, Ef. 4:4; Fil. 3:14; 1Te. 2:12; 2Te. 1:11, 2Te. 2:14; 1Tim. 6:12; 2Tim. 1:9; 1Pe. 5:10; 2Pe. 1:10; Jud. 1:1; Ap.17:14).

Nuestro llamamiento no  es terrenal o terreno, ya que nuestra ciudadanía está en los cielos y ya pertenecemos a la Sión celestial, a la congregación (iglesia) de los primogénitos inscritos en los cielos. Heb. 12:22. Para Dios solo hay una iglesia, un pueblo. Los que estamos en la tierra y los que ya están en el cielo somos la misma iglesia.

Si nos damos cuenta el autor está tratando de elevarlos a los lugares celestiales, donde Pablo dice que estamos sentados (Ef. 2:6)  Está exhortándoles a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (Col. 3:2). Es evidente que donde pongamos nuestros ojos es donde nos llevarán nuestros pies.  

 

El llamado o la exhortación es a “considerar al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión”

En el capítulo dos fuimos exhortados a poner más diligencia y atención a las cosas que hemos oído, esto es, el mensaje del Evangelio. Esta vez somos exhortados a “considerar” la Persona de quien el mensaje es. La palabra griega es enfática en poner nuestra mente y atención en algo o alguien.  

Cristo ha de ser la ocupación por excelencia de todo cristiano.

 

Jesucristo es llamado apóstol solamente en esta epístola aunque en otros lugares es insinuado (Jn. 17:3; 20:21; Ro. 15:8) Jesucristo es el apóstol de Dios a los hombre. La palabra apóstol significa enviado, así como un rey envía un embajador.  Si miramos atentamente ningunos de los apóstoles dicen ser apóstoles de Dios, sino de Jesucristo por la voluntad de Dios. Pero Dios solo tiene un apóstol, uno que lo representa perfectamente como ya hemos visto en (Heb. 1: 3) Es por esto que para que nuestra salvación fuera eficaz era necesario que nuestro Salvador fuera Dios y hombre al mismo tiempo. Que pudiera representar a Dios delante de los hombres, y a los hombres delante de Dios. Que pudiera tratar con los hombres como Dios y tratar con Dios como hombre. Algunas sectas que niegan la divinidad de Cristo se quedan cortas en cuanto a la eficacia de su salvación.

 

El ministerio apostólico de Cristo continúa en su iglesia por medio del Espíritu Santo. (Jn. 16:25; 17:8) Porque vida eterna consiste en la continua revelación y administración del Padre.

Fijarse atentamente en Heb. 3:2. El autor aún esta hablando del ministerio apostólico y sacerdotal de Jesucristo y dice de Él; “…el cual es fiel al que le constituyó”  Sin embargo cuando menciona el ministerio de Moisés dice; “…como también lo fue Moisés”  El ministerio de Moisés terminó, pero el ministerio de Cristo continua y continuará para siempre. Cada revelación del Padre que recibimos cuando leemos, estudiamos o meditamos es parte del ministerio apostólico de Cristo. Cada vez que hemos sido cambiados o hemos crecido en fe y obediencia es parte de este ministerio de Cristo por medio de su Espíritu. La gran mayoría de las veces esta acción nos pasa desapercibida.  Esto es la vida secreta de Dios en el hombre. Gloria a Dios por su inefable gracia.

 

Igualmente con el ministerio sacerdotal de Cristo. Es un ministerio continuo delante de Dios. Poniendo estos dos ministerios juntos podemos decir que Cristo como Apóstol es la revelación y la palabra de Dios a los hombres y Cristo como Sacerdote es la respuesta en perfecta obediencia y servicio del hombre a Dios. El es el mandamiento y la obediencia personificados. El es la Justicia de Dios y el juicio de Dios. El llamado y la respuesta. En su apostolado nos trae a Dios y en su Sacerdocio nos lleva a Dios.  Ambas partes quedan satisfechas, la deuda pagada, la honra reparada.

El apóstol Pablo nos da un pensamiento similar con respecto a Cristo en Ef. 1:10 diciendo; “…de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación  del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” La palabra que Pablo usa, “reunir” significa encabezar, resumir, recapitular. La Biblia ampliada lo dice así; “unificar todas las cosas y encabezarlas y consumarlas en Cristo”

Todo lo que pertenece a nuestra  vida y salvación ha sido reunido y consumado en la persona de Cristo. Esto es, como dice el autor de hebreos, nuestra profesión o dicho de otra manera nuestra confesión, nuestra fe, nuestra gloria, nuestra esperanza.

 

¡¡Oh bendito misterio revelado a los hombres por el Evangelio!! ¿Quién podrá estar callado ante tal gloria divina? Con razón los ángeles anhelan mirar estas cosas que el Espíritu ha revelado.

 

¡¡OH Cristo Tú eres mi TODO!!

 

 

Gloria a Dios porque nos ha dado tan glorioso Salvador.

 

 

 

 

 

 

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