Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual
nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestes en Cristo.
Según nos escogió en él antes de la Fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante
de él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo
asimismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Ef. 1:3-6
Así comienza Pablo su carta a los Efesios, bendiciendo a
Dios porque nos ha revelado su plan eterno y también la manera, la única manera
de alcanzarlo. ¿Cuál es el plan? Nuestra santificación. ¿Cómo se propone
alcanzar este plan? Por medio de nuestra adopción en Cristo. ¿Cuál es el fin de
este plan? La gloria de Dios.
Me gustaría compartir una serie de meditaciones sobre
nuestra santidad basado en estos versículos, pero antes es de una importancia
que aclare algo.
Entre los muchos cristianos que buscan la santidad muy pocos
lo alcanzan, y esto es porque no tienen una idea clara de lo que es santidad.
Al ser ignorantes del plan trazado por la Sabiduría Eterna y dejándolo de lado
hacen de la santidad ciertos conceptos formulados solo por su propio
entendimiento. Quieren ser guiados por
sí mismos apegados a ideas puramente humanas que ellos mismos han ideado y de
alguna manera tratan de avanzar fuera del camino que ha trazado Dios y por
tanto son víctimas de sus propias ilusiones. Pablo nos advierte en Col. 2:8
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas según las
tradiciones de los hombres conforme a los rudimentos del mundo y no según
Cristo.”
Debemos conocer lo mejor posible la idea divina de la
santidad para adaptarnos al plan trazado por Dios mismo. Si somos Santos de
acuerdo a nuestra propia voluntad nunca seremos verdaderamente Santos, debemos
serlo de acuerdo a la voluntad de Dios dándole plena libertad a la idea divina
que opere en nosotros. Si nos adaptamos a este plan en amor y fidelidad nuestra
vida será extremadamente fructífera y
nos podrá llevar a la más sublime santidad.
La santidad a la que somos llamados por Dios es por medio de
la participación en la vida Divina que nos ha sido procurada por medio del Hijo
y del Espíritu.
Dios es la causa
primaria de toda criatura, la providencia de todo el mundo y el final de
todas las cosas. Así nos lo dice Pablo; “…porque de Él y por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la
gloria para siempre. Amen.” Ro. 11:36. Esto nos enseña que hay una paternidad
inefable en Dios. Dios es padre. Este es
el dogma fundamental donde todos los demás se basan. Dios es Padre y engendra un Hijo, no en
tiempo, sino en un continuo y eterno engendro a quién le comunica su naturaleza
y su vida porque engendrar es comunicar ser y vida.
En Dios hay vida comunicada al Hijo, el cual es en persona
lo que el Padre conoce y expresa de sí mismo. (Heb. 1:2 y 3) De esa unión del
Padre y el Hijo, procede la tercera persona de la trinidad, en ese abrazo
sustancial de amor.
Por ese amor de la trinidad y, no para añadir a su plenitud,
sino para enriquecer a otros seres, Dios extiende su paternidad y decreta
llamar a criaturas a compartir su vida divina, una vida tan trascendente que
solo Dios tiene el derecho a ella por naturaleza, esta vida eterna comunicada
por el Padre al Hijo y por medio de ellos al Espíritu Santo, es derrama desde
el seno de la divinidad para alcanzar y bendecir a otros seres rescatados de la
nada y elevándolos por encima de su naturaleza.
Por naturaleza, Dios solo tiene un Hijo pero por amor él
quiere tener una multitud innumerable, y esa es la gracia de la adopción
sobrenatural.
El hijo de Dios que mora eternamente en el seno del Padre se
une a sí mismo, en tiempo, a una naturaleza humana. Esta vida Divina,
comunicada en su plenitud a esta humanidad produce el primogénito de todos
aquellos que le reciben y así Él es constituido la cabeza de una multitud de
hermanos a quienes les concederá la gracia de la vida divina.
Así que la misma vida divina que procede del Padre al Hijo y
del Hijo a la humanidad de Jesús pasará por Cristo a todos aquellos que le reciban y
esta misma vida divina los llevará al santo seno del Padre, donde Cristo ha ido
delante de nosotros.
En esto consiste toda santidad, en recibir la vida divina de
Cristo y por medio de Él, quién posee la plenitud de esta vida y quién ha sido
constituido el único mediador para mantener esta vida divina en nosotros e
incrementarla por medio de una cada vez más íntima unión con aquel que es la
fuente.
Santidad, es, pues, el misterio de la vida divina comunicada
y recibida; Comunicada en Dios del Padre al Hijo y por medio del Hijo a la su humanidad
en la encarnación y luego restaurada a las almas por su Espíritu, de tal manera
que Cristo es verdaderamente la vida del alma. Él es la fuente y el dador de la
vida.
Para entender mejor en que consiste nuestra santidad es
necesario que tratemos de entender en lo posible en qué consiste la santidad de
Dios. Eso miraremos en la siguiente meditación.
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