MI CAMINO

jueves, 1 de septiembre de 2022

 

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestes en Cristo. Según nos escogió en él antes de la Fundación del mundo,  para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo asimismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Ef. 1:3-6

Así comienza Pablo su carta a los Efesios, bendiciendo a Dios porque nos ha revelado su plan eterno y también la manera, la única manera de alcanzarlo. ¿Cuál es el plan? Nuestra santificación. ¿Cómo se propone alcanzar este plan? Por medio de nuestra adopción en Cristo. ¿Cuál es el fin de este plan? La gloria de Dios.

Me gustaría compartir una serie de meditaciones sobre nuestra santidad basado en estos versículos, pero antes es de una importancia que aclare algo.

Entre los muchos cristianos que buscan la santidad muy pocos lo alcanzan, y esto es porque no tienen una idea clara de lo que es santidad. Al ser ignorantes del plan trazado por la Sabiduría Eterna y dejándolo de lado hacen de la santidad ciertos conceptos formulados solo por su propio entendimiento.  Quieren ser guiados por sí mismos apegados a ideas puramente humanas que ellos mismos han ideado y de alguna manera tratan de avanzar fuera del camino que ha trazado Dios y por tanto son víctimas de sus propias ilusiones. Pablo nos advierte en Col. 2:8 “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas según las tradiciones de los hombres conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo.”

Debemos conocer lo mejor posible la idea divina de la santidad para adaptarnos al plan trazado por Dios mismo. Si somos Santos de acuerdo a nuestra propia voluntad nunca seremos verdaderamente Santos, debemos serlo de acuerdo a la voluntad de Dios dándole plena libertad a la idea divina que opere en nosotros. Si nos adaptamos a este plan en amor y fidelidad nuestra vida  será extremadamente fructífera y nos podrá llevar a la más sublime santidad.

La santidad a la que somos llamados por Dios es por medio de la participación en la vida Divina que nos ha sido procurada por medio del Hijo y del Espíritu.

Dios es la causa  primaria de toda criatura, la providencia de todo el mundo y el final de todas las cosas. Así nos lo dice Pablo; “…porque de Él y por Él   y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amen.” Ro. 11:36. Esto nos enseña que hay una paternidad inefable en Dios. Dios es padre.  Este es el dogma fundamental donde todos los demás se basan.  Dios es Padre y engendra un Hijo, no en tiempo, sino en un continuo y eterno engendro a quién le comunica su naturaleza y su vida porque engendrar es comunicar ser y vida. 

En Dios hay vida comunicada al Hijo, el cual es en persona lo que el Padre conoce y expresa de sí mismo. (Heb. 1:2 y 3) De esa unión del Padre y el Hijo, procede la tercera persona de la trinidad, en ese abrazo sustancial de amor.   

Por ese amor de la trinidad y, no para añadir a su plenitud, sino para enriquecer a otros seres, Dios extiende su paternidad y decreta llamar a criaturas a compartir su vida divina, una vida tan trascendente que solo Dios tiene el derecho a ella por naturaleza, esta vida eterna comunicada por el Padre al Hijo y por medio de ellos al Espíritu Santo, es derrama desde el seno de la divinidad para alcanzar y bendecir a otros seres rescatados de la nada y elevándolos por encima de su naturaleza.

Por naturaleza, Dios solo tiene un Hijo pero por amor él quiere tener una multitud innumerable, y esa es la gracia de la adopción sobrenatural.

El hijo de Dios que mora eternamente en el seno del Padre se une a sí mismo, en tiempo, a una naturaleza humana. Esta vida Divina, comunicada en su plenitud a esta humanidad produce el primogénito de todos aquellos que le reciben y así Él es constituido la cabeza de una multitud de hermanos a quienes les concederá la gracia de la vida divina.

Así que la misma vida divina que procede del Padre al Hijo y del Hijo a la humanidad de Jesús pasará  por Cristo a todos aquellos que le reciban y esta misma vida divina los llevará al santo seno del Padre, donde Cristo ha ido delante de nosotros.

En esto consiste toda santidad, en recibir la vida divina de Cristo y por medio de Él, quién posee la plenitud de esta vida y quién ha sido constituido el único mediador para mantener esta vida divina en nosotros e incrementarla por medio de una cada vez más íntima unión con aquel que es la fuente.

Santidad, es, pues, el misterio de la vida divina comunicada y recibida; Comunicada en Dios del Padre al Hijo y por medio del Hijo a la su humanidad en la encarnación y luego restaurada a las almas por su Espíritu, de tal manera que Cristo es verdaderamente la vida del alma. Él es la fuente y el dador de la vida.

Para entender mejor en que consiste nuestra santidad es necesario que tratemos de entender en lo posible en qué consiste la santidad de Dios. Eso miraremos en la siguiente meditación.

 

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