MI CAMINO

miércoles, 10 de diciembre de 2014


Hebreos 3,2-6

 

Cristo fue fiel al que le constituyó (Dios Padre) como sacerdote y profeta. Un enviado fiel es aquel transmite escrupulosamente el mensaje que ha recibido. Jesús mismo declara al Padre la fidelidad de su ministerio; “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera” (Jn. 17:4).

Este doble ministerio de apóstol y sacerdote  en una sola persona no es común en el AT. Quizás Moisés es el que más se acerca al ministerio de Cristo en este respecto. Moisés fue apóstol porque trajo al pueblo de Dios la revelación de Dios por medio de la Ley y aunque no fue sacerdote como Aarón, sin embargo podemos ver en todo el periodo en el desierto que él cumple este ministerio por medio de la intercesión, Ver especialmente Éxodo Cap. 32, y Núm. 14:13ss

 

El autor nos dice que este Moisés fue fiel en toda la casa de Dios basándose en el mismo testimonio que Dios da de él en la murmuración de Aarón y María. (Núm. 12:7). También podemos ver la fidelidad de Moisés cuando Dios da testimonio de su fidelidad al descender fuego del cielo para consumir los sacrificios y la gloria de Dios descendiendo sobre el tabernáculo. Dando a entender que llevó a cabo fielmente la revelación celestial. (Hablaremos más de esto al final del estudio) Ex. 40. Y Lev. 9:23,24.

 

Sin embargo el Espíritu Santo hace algunas distinciones sobre Moisés y Cristo que miraremos rápidamente.

 

1. El ministerio de Moisés fue temporal, el de Cristo eterno.

                El verso 2 nos dice que Cristo es fiel y Moisés fue fiel. Esto nos da a entender que el ministerio de Moisés fue temporal y pasajero,  como el mismo Pablo explica claramente en 2Co. 3. Sin embargo el ministerio y fidelidad de Cristo son eternos, o “para siempre” palabras que el autor repite 13 veces en la epístola. (Heb. 5:6; 6:20; 7: 3, 17, 21, 24, 27,28; 9:12,26; 10:10, 12,14.).

 

2.  Moisés es parte de la casa. Cristo constructor de la casa.

                El argumento del autor es claro, si la casa tiene gloria. Mayor gloria que la casa la tiene el que la construye. En este caso Moisés aunque tuvo un gran llamado y ministerio, sin embargo no dejó de ser parte de la casa como aquellos mismos a quienes ministraba, esto es, a la iglesia en el desierto. Pero Cristo es el que declara; “…Yo… edificará mi Iglesia” (Mat. 16:18) También Zacarías declara; “He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová…” (Zac. 6:12ss).

 

3.  Moisés siervo en la casa. Cristo hijo sobre la casa.

                Ya vimos en (1:2) que el Hijo es heredero de todo. Desde la Galaxia más grande y lejana, hasta la célula más insignificantica, todo fue creado por el Padre por medio del Hijo y para el Hijo (Col. 1:16). También en el aspecto redentivo todas las cosas han sido reunidas en Cristo con el fin de ser reconciliadas a Dios Padre. (Col. 1:20; 1Co. 15:28; Ef. 1:10; 1Co. 8:6)

 

4.  Moisés fue fiel con respecto a lo que se iba a decir. Cristo es el cumplimiento de lo que se iba a decir y por lo tanto la última Palabra de Dios.

                El AT no perfecciona nada, no finaliza nada. El AT termina en promesa y expectativa de lo que había de venir. El NT comienza en cumplimiento aunque no en total culminación. Cristo es el cumplimiento de todo lo que el AT testamento había prometido y esperado.

Moisés, al final de su ministerio anuncia; “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.” (Dt. 18:15, 18, 19)  

 

El AT es símbolo y sombra de la realidad o la verdad que se cumple en Cristo y en nosotros por medio de Cristo. (Heb. 8:5; 9:9; 10:1). Pero era necesario que Dios encontrara hombres fieles capaces de dar un mensaje lo más fidedigno posible a la Realidad venidera. Incluso el fiel Moisés fue castigado cuando golpeó la Roca por segunda vez (Núm. 20: 1-13) Simbólicamente Moisés crucificó a Cristo por segunda vez para que saliera agua de vida, cosa que Dios interpretó como que no le había santificado delante del pueblo.

 

“…la cual casa somos nosotros, si…”

Los que hemos creído entramos en la casa, la iglesia, la congregación, el pueblo, el templo, Jerusalén celestial, Sion, o como quieras llamar de los muchos nombres que la Biblia nos da para referirse a los herederos de la fe.

Pero esta declaración lleva un “si” condicional. Es necesario retener hasta el fin la fe que nos dio la entrada al principio. Fe es retener esa revelación de Cristo que el Espíritu nos dio al principio. Fe es no rechazar la palabra del Profeta que Moisés hace referencia, para no ser desarraigados del pueblo (Hch. 3:23). La prueba de haber creído es la perseverancia hasta el fin.  

 

El autor usa un argumento lógico que Pablo también suele usar en sus cartas. Este argumento va así; “A” es cierto si “B” es cierto también. Miremos algunas de estas citas paulinas. (Ro. 8:9; Ro. 8:17; Ro. 11:12; 2Co. 13:5; Col. 1:22,23) Vemos en estos ejemplos la necesidad de la perseverancia de los santos. 

Otro ejemplo de este argumento condicional lo encontramos en este mismo capítulo tres, verso 14; “Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal de que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio.”  Miraremos este texto con más detalle en los próximos estudios.

 

 

“Moisés…fue fiel…para testimonio de lo que se iba a decir”

Quisiera enfatizar este punto un poco más porque lo considero de gran importancia para nosotros en el presente. Sabemos que Moisés es considerado por la tradición judía como el más grande de los profetas. En realidad él es quien constituyó la nación. Les sacó de la esclavitud, les dio la Ley,  Las dio la revelación divina, el Tabernáculo y el culto y la adoración. Todo esto fue una tarea monumental y más aún porque cada palabra y cada detalle lo recibió directamente de Dios. El tenía que tener mucho cuidado de transmitir exactamente la visión celestial, porque todo lo que estaba recibiendo, aunque era importante para el pueblo, era más importante porque anunciaba lo que iba a venir, esto Cristo y su redención. Tan importante era que recibe la advertencia de lo alto; “mira, haz todas las cosas conforme al modelo al modelo que se te ha mostrado en el monte.”  (Ex. 25:9, 40; Hch. 7:44; Heb. 8:5.)

Su ministerio consistía en subir al monte, esperar la visión y transmitirla fielmente. Este mismo patrón lo vemos en el ministerio de Jesucristo.  (Jn. 5:19,29; 5:30; 8; 28; 7:16; 12:49-50; 14:10,24,31)

 

Este es, según creo, el patrón de todo ministerio. Moisés fue fiel a la visión con respecto a lo que se había de decir. Vino Cristo que es la realidad (la verdad) de la visión celestial y para ser fiel a ella se sujetó como hombre a las obras y palabras del Padre. Ahora venimos nosotros y de igual manera tenemos que ser fieles a esa visión, a esa revelación de Cristo y su palabra por medio del Espíritu Santo. (Jn. 16:13-15).

En otras palabras, Moisés fue fiel para testimonio de lo que se había de decir. Nosotros somos fieles para testimonio de lo que se ha dicho. Para ello es de suma importancia que al igual que aquel Moisés subió al monte, también nosotros subamos al monte en absoluta dependencia en el Espíritu para recibir la visión de Cristo con el fin de minístralo a los hermanos, amigos y cualquiera que el Señor en su soberanía ha puesto cerca.

 

 

 

lunes, 24 de noviembre de 2014


HEBREOS CAPITULO 3

 

 

Terminamos el capítulo dos introduciendo al Hijo, semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso,  fiel sumo sacerdote y poderoso para socorrer a los que son tentados.

Es por el hecho de su sufrimiento y tentaciones igual a las nuestras, pero sin pecado, que le califica para su ministerio sacerdotal. El se ha identificado con nuestra debilidad pero en pode y gloria. Nosotros nos identificamos con su santidad y gloria, pero en debilidad.

 

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO 3

El capítulo tres no comienza con un nuevo tema. Debemos mantener en mente que la epístola fue escrita para exhortar a la fidelidad a Cristo en medio de la persecución y para evitar que los hermanos regresaran a la práctica del ministerio terrenal y las sombras. Así que este capítulo va a hablar sobre la fidelidad a Cristo. Para ello el autor pone dos ejemplos. El primero es positivo comparando la fidelidad de Moisés y la de Cristo como siervos y el segundo ejemplo es negativo destacando la infidelidad del pueblo que no pudo entrar en la tierra de la promesa  a causa de su incredulidad y por tanto quedaron postrados en el desierto. Este capítulo es pertinente y de gran importancia para nosotros porque el autor relaciona la promesa de entrar a la tierra prometida de aquellos con “la participación de Cristo”. Con esto quiero decir que si aquellos se perdieron la promesa de la tierra por infidelidad, nosotros también estamos en el peligro de perdernos “la participación de Cristo” si no permanecemos firmes hasta el fin. Porque al llamado y la invitación a entrar en su reposo sigue hasta hoy (…si oyereis hoy su voz”. 3:7).

 

Hebreos 3:1

“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.”

 

Este “Por tanto” enlaza lo que venía diciendo del capítulo dos y es la conclusión y la exhortación al argumento que comenzó en (2:9). El argumento es que el Señor de Gloria, el creador y sustentados de todas la cosas se humilló y participó de carne y sangre al igual que sus hermanos que ha de llevar a gloria. Estando en carne fue tentado y padeció  calificándole así para ser un Sumo Sacerdote, misericordioso, fiel y poderoso, constituido a nuestro favor. El capítulo dos termina diciendo que Él es misericordioso, fiel y poderoso Sumo Sacerdote capaz de socorrer a los que son tentados.

 

En este capítulo el autor se dirige por primera vez a sus oyentes dando a entender con esto que ha estado muy ocupado tratando de preséntales la persona del Hijo como la final y última palabra de revelación Divina. Todo lo que Dios ha determinado revelar de sí mismo está en el Hijo y fuera de Cristo no hay Dios porque él es Emanuel.

 

Se refiere a ellos como “hermanos santos” Personas que han venido a ser parte de la familia de Dios (Ef. 2:19; 3:15) y que han sido separados y consagrados por Dios y Dios.   Estos hermanos y al igual que todos los que han creído son “participantes del llamamiento celestial” El llamamiento nos viene de parte de Dios mediante Jesucristo y por el Evangelio. Es un llamamiento santo y para alcanzar la gloria de Jesucristo. Este llamamiento es celestial porque viene del cielo y es para el cielo.

(Para entender mejor este aspecto del llamado celestial mirar los siguientes versículos; (Rom.1:6-7, Rom. 8:28-30, Rom. 9:24; 1Co. 1:2; Ef. 4:1, Ef. 4:4; Fil. 3:14; 1Te. 2:12; 2Te. 1:11, 2Te. 2:14; 1Tim. 6:12; 2Tim. 1:9; 1Pe. 5:10; 2Pe. 1:10; Jud. 1:1; Ap.17:14).

Nuestro llamamiento no  es terrenal o terreno, ya que nuestra ciudadanía está en los cielos y ya pertenecemos a la Sión celestial, a la congregación (iglesia) de los primogénitos inscritos en los cielos. Heb. 12:22. Para Dios solo hay una iglesia, un pueblo. Los que estamos en la tierra y los que ya están en el cielo somos la misma iglesia.

Si nos damos cuenta el autor está tratando de elevarlos a los lugares celestiales, donde Pablo dice que estamos sentados (Ef. 2:6)  Está exhortándoles a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (Col. 3:2). Es evidente que donde pongamos nuestros ojos es donde nos llevarán nuestros pies.  

 

El llamado o la exhortación es a “considerar al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión”

En el capítulo dos fuimos exhortados a poner más diligencia y atención a las cosas que hemos oído, esto es, el mensaje del Evangelio. Esta vez somos exhortados a “considerar” la Persona de quien el mensaje es. La palabra griega es enfática en poner nuestra mente y atención en algo o alguien.  

Cristo ha de ser la ocupación por excelencia de todo cristiano.

 

Jesucristo es llamado apóstol solamente en esta epístola aunque en otros lugares es insinuado (Jn. 17:3; 20:21; Ro. 15:8) Jesucristo es el apóstol de Dios a los hombre. La palabra apóstol significa enviado, así como un rey envía un embajador.  Si miramos atentamente ningunos de los apóstoles dicen ser apóstoles de Dios, sino de Jesucristo por la voluntad de Dios. Pero Dios solo tiene un apóstol, uno que lo representa perfectamente como ya hemos visto en (Heb. 1: 3) Es por esto que para que nuestra salvación fuera eficaz era necesario que nuestro Salvador fuera Dios y hombre al mismo tiempo. Que pudiera representar a Dios delante de los hombres, y a los hombres delante de Dios. Que pudiera tratar con los hombres como Dios y tratar con Dios como hombre. Algunas sectas que niegan la divinidad de Cristo se quedan cortas en cuanto a la eficacia de su salvación.

 

El ministerio apostólico de Cristo continúa en su iglesia por medio del Espíritu Santo. (Jn. 16:25; 17:8) Porque vida eterna consiste en la continua revelación y administración del Padre.

Fijarse atentamente en Heb. 3:2. El autor aún esta hablando del ministerio apostólico y sacerdotal de Jesucristo y dice de Él; “…el cual es fiel al que le constituyó”  Sin embargo cuando menciona el ministerio de Moisés dice; “…como también lo fue Moisés”  El ministerio de Moisés terminó, pero el ministerio de Cristo continua y continuará para siempre. Cada revelación del Padre que recibimos cuando leemos, estudiamos o meditamos es parte del ministerio apostólico de Cristo. Cada vez que hemos sido cambiados o hemos crecido en fe y obediencia es parte de este ministerio de Cristo por medio de su Espíritu. La gran mayoría de las veces esta acción nos pasa desapercibida.  Esto es la vida secreta de Dios en el hombre. Gloria a Dios por su inefable gracia.

 

Igualmente con el ministerio sacerdotal de Cristo. Es un ministerio continuo delante de Dios. Poniendo estos dos ministerios juntos podemos decir que Cristo como Apóstol es la revelación y la palabra de Dios a los hombres y Cristo como Sacerdote es la respuesta en perfecta obediencia y servicio del hombre a Dios. El es el mandamiento y la obediencia personificados. El es la Justicia de Dios y el juicio de Dios. El llamado y la respuesta. En su apostolado nos trae a Dios y en su Sacerdocio nos lleva a Dios.  Ambas partes quedan satisfechas, la deuda pagada, la honra reparada.

El apóstol Pablo nos da un pensamiento similar con respecto a Cristo en Ef. 1:10 diciendo; “…de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación  del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” La palabra que Pablo usa, “reunir” significa encabezar, resumir, recapitular. La Biblia ampliada lo dice así; “unificar todas las cosas y encabezarlas y consumarlas en Cristo”

Todo lo que pertenece a nuestra  vida y salvación ha sido reunido y consumado en la persona de Cristo. Esto es, como dice el autor de hebreos, nuestra profesión o dicho de otra manera nuestra confesión, nuestra fe, nuestra gloria, nuestra esperanza.

 

¡¡Oh bendito misterio revelado a los hombres por el Evangelio!! ¿Quién podrá estar callado ante tal gloria divina? Con razón los ángeles anhelan mirar estas cosas que el Espíritu ha revelado.

 

¡¡OH Cristo Tú eres mi TODO!!

 

 

Gloria a Dios porque nos ha dado tan glorioso Salvador.

 

 

 

 

 

 

lunes, 10 de noviembre de 2014


Hebreos 2; 11,12.

Hoy consideraremos estos dos versículos que forman parte de lo que podríamos llamar el descenso del Hijo para identificarse con sus hermanos. Recordemos que la epístola comenzó hablándonos de la gloria del Hijo pero a partir del verso nueve del capítulo dos comenzamos a ver ese descenso o humillación. Todo esto es para llevarnos a los versos 17, y 18. Era necesario que fuera igual que sus hermanos y padeciera para ser perfecto Salvador y fiel sumo sacerdote.

 

 

Estos dos versículos tratan fundamentalmente con la identificación de Cristo con sus hermanos, la relación fraternal con el pueblo de Dios. Esta unidad viene dada primordialmente en Dios y con respecto a Dios, de ahí  que dice “…el que santifica (Cristo, Heb. 10:10) y los que son santificados (los hermanos) de uno (Dios Padre) son todos”  Podemos entender mejor esto si miramos Heb. 5:1. Todo sumo sacerdote ha de ser tomado entre los hombres.  Era necesaria la encarnación para que fuera posible esta fraternidad entre Cristo y los hijos de Dios. Lucas lo muestra claramente en su genealogía de Cristo llevándole desde José hasta “Adán, hijo de Dios”  (Luc. 3:38). Entonces primero tenemos una unidad de género. Luego seguimos leyendo (5:1) “constituido a favor de los hombres” Esto nos da una unidad de oficio. Como veremos ampliamente en el resto de la epístola, Jesús nos representa continuamente delante de Dios como sumo sacerdote y ofrenda. Cristo es el representante de una Nueva Raza engendrada por el Espíritu de Dios. (Jn. 1:13; 3:3,5; 1Pe. 1:3,23; San. 1:18). Termina este versículo hablando de los pecados, que puesto en el sentido positivo, se refiere a nuestra santidad.  Volviendo a nuestro texto (2:11) podemos ver que también hay una unidad de carácter. El que santifica y los que son santificados, esto es; El Santo y los santos.

Por medio de la voluntad consagrada a Dios de Cristo, hemos sido santificados para adorar y servir a Dios. Separados para Dios como nación santa. (1Pe. 2:9).

 

 

Cristo no se avergüenza de nosotros

Es por haber sido santificados por Cristo y engendrados por el Espíritu que somos hechos hijos de Dios y por lo tanto Él no se avergüenza de llamarnos hermanos y hermanas. 

Creo que es necesario que tengamos cuidado de no abusar indebidamente de este texto, como diciendo: “Mira, somos tan malos y Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos” Recordemos que es a los santificados de los que no se avergüenza. Aquellos que no solo están unidos a Él en género, sino también en oficio y carácter.

En una ocasión el Señor habló a aquellos que eran de su mismo pueblo advirtiéndoles que si se avergonzaban de él en su sufrimiento y cruz, él también se avergonzaría de ellos en su venida. Mar. 8:38. En otra ocasión el Señor diferenció quienes eran sus verdaderos hermanos incluso excluyendo a los de su propia sangre si no se conformaban a honrar al Padre por medio de la obediencia. (Mat. 12:46-50). Y esta obediencia solo es posible bajo el Nuevo Pacto, esto es, en base a la obra que Dios ha hecho y consumado en Cristo.

Así que Cristo no se avergüenza porque éramos del Padre. (Jn.  17:6). No se avergüenza porque el Padre nos entregó al Hijo (Jn. 6:37). No se avergüenza porque hemos recibido y creído su palabra. (Jn. 17:8). No se avergüenza porque hemos honrado al Padre cuando creímos en el Hijo. (Jn. 5:23). No se avergüenza porque hemos recibido su mismo Espíritu que clama Abba Padre (Ga. 4:6). No se avergüenza porque Él mismo nos ha dado la gloria que recibió del Padre. (Jn. 17:22). No se avergüenza porque por el poder del Espíritu que mora en nosotros estamos siendo transformados a Su imagen. (2Co. 3:18). Y así podíamos continuar mirando todo aquello que Dios ha hecho en la redención y por lo que el Hijo no se avergüenza de llamarnos hermano. Pero todo en base a lo que Dios ha hecho y no nosotros en nuestras obras.

 

 

 

Cristo en medio del Remanente

Para demostrar la declaración que ha hecho de Cristo con respecto a sus hermanos, el autor toma dos citas del Antiguo Testamento. La primera la toma del Salmo 22 y la segunda de Isaías 8.

El Salmo 22 es un salmo claramente Mesiánico ya que el mismo Jesús  cita el primer verso estando en la cruz; “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34). También los versículos 16 y 18 se cumplieron en la crucifixión. Finalmente el verso que el autor toma para demostrar su argumento es el 22; “Anunciaré tu nombre a mis hermanos. En medio de la congregación te alabaré”

Este salmo está claramente dividido en dos partes. La primera es el grito de angustia de un fiel que está pasando por un periodo donde Dios parece haberlo abandonado. Es perseguido y los que le ven se mofan de él por confiar en Dios aún en la angustia. La segunda parte del salmo es un canto de alabanza al Dios que le ha socorrido. Este salmo es un testimonio a la fidelidad de Dios par con aquellos que esperan en Él.

Es en medio de este regocijo que encontramos la cita que el autor usa y aplica a Jesús llamándonos hermanos y alabando en medio de la congregación.   

Jesús que es el verdadero remanente fiel de Dios se identifica totalmente con los fieles y viene para anunciarnos el nombre de Dios. En el lenguaje bíblico el nombre de una persona representa el carácter de la persona. Cristo vino para mostrarnos al Padre (Jn. 1:18; 17:6) Y continua esa misión por medio del Espíritu Santo que nos ha enviado. (Jn. 17:26). Este conocimiento de Dios Padre, de su carácter y persona produce ese amor en la comunidad cristiana que trae veradera unidad en el Espíritu. Esto es así de tal manera que Juan dice; “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1Jn. 4:8)

 

Miraremos ahora la cita de Isaías y luego trataremos de unirlas en un mismo tema tal y como el autor las ha visto.

 

 En Isa.8:17 el profeta Isaías trae un mensaje al rey y al pueblo de arrepentimiento y salvación, pero ni el rey ni el pueblo quieren escuchar. Como resultado del rechazo de su mensaje el profeta determina “…esperar a Jehová, el cual ha escondido  su rostro de la casa de Jacob” Esta frase (Jehová escondió su rostro) es el eslabón que el autor de hebreos ven con el salmo 22 donde el justo sufre el aparente abandono de su Dios. En ambos textos la actitud tanto del profeta como la del justo es esperar y confiar en la salvación de Dios.  

La siguiente cita (Isa. 8:18) el profeta dice que él y sus hijos son señales y presagio en Israel de parte de Jehová. El nombre de Isaías significa “Jehová salva” y los nombres de sus dos hijos eran; “El despojo se apresura, la presa se precipita” y “Un remanente volverá” Estos tres nombres eran una señal y una profecía continua a los ojos y oídos de todo el pueblo.

La palabra o idea que el autor de hebreos usa en esta tercer cita es; “He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”

 

Explicación de estos tres textos

En los tres textos que el autor de hebreos ha tomado del AT podemos ver claramente que dentro del  Israel natural hay un remanente fiel que confía y espera la salvación de Dios. Este remanente es rechazado por el Israel natural y se mofan diciendo “…se encomendó a Jehová; líbrele él. Sálvele puesto que en él se complacía” (Sal.22:8) Frase que repitieron sobre Jesús en la crus los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos del pueblo. (Mat. 27:43).

Es por medio de la fe, la fidelidad y la confianza de este remanente sufriente que Dios puede traer al Mesías prometido. Ellos permanecen confiados y en espera aún en medio de juicio y la vuelta del rostro de Dios.

Es importantísimo que veamos esta asociación entre el Hijo y sus hermanos en el remanente del AT hasta la misma María, Elisabeth, Simeón, etc. Estos son los hermanos y los hijos del AT de los cuales Dios no se avergüenza.

 

Aplicación de lo mismo al presente.

Nosotros nos encontramos entre la primera y la segunda venida de Cristo. Dios también ha hablado de salvación y juicio. Al igual que en el AT hay quienes no han creído el mensaje y quienes lo han recibido y esperan la venida y salvación de Dios. Los que hemos creído  somos señal y presagio de Dios. En este sentido somos a Cristo lo que Isaías y sus hijos eran a Dios, una proclamación de salvación y una proclamación de juicio. Pablo lo dice así; “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden…” (2Co. 2:15ss).

 

Los que creemos somos testimonio y proclamación del carácter de Dios, decimos con nuestra fe que Él es misericordioso y justo, es fiel y verdadero, poderoso y glorioso en salvación.

 Aún no se ha manifestado la salvación de Dios en su totalidad. Aún estamos en debilidad, enfermedad, muerte física, persecución, pruebas, etc. Pero en todo esto, incluso cuando hay momentos donde parece que Dios ha vuelto el rostro, como lo hizo con su Hijo en la cruz, aún así en esperanza proclamamos Su fidelidad. Los que no creen en la resurrección y en su venida para juzgar y establecer su reino en la tierra se mofan de nosotros. Nos juzgan y condenan en nuestras debilidades y aflicción diciendo que Dios nos ha abandonado. Pero nosotros sabemos que esta es parte de la participación de sus sufrimientos y que en sufrimiento y en gloria estamos unidos a Él por la eternidad.

 

 

martes, 2 de septiembre de 2014


Heb, 2: 10

 

Hoy miraremos este precioso versículo con sumo cuidado porque puede ser mal interpretado pensando que Jesucristo hubiera necesitado ser perfeccionado en su vida o ministerio en la tierra. Miraremos también un poco lo que el autor ve como la culminación de la salvación, esto es, la gloria.

 

En este versículo vemos al Padre como la causa y el efecto de todas las cosa. Pablo lo pone de esta manera; “Porque de él, y por él y para él son todas las cosas” Ro. 11:36. Pero en el caso de nuestro texto se está refiriendo a la manera en que el Padre estuvo involucrado en la vida de Cristo desde su nacimiento. Nuestra salvación fue planeada y llevada a cabo por la Trinidad.   En cada momento de la vida y ministerio de Cristo estuvieron totalmente envueltos el Padre y el Espíritu Santo, hasta los más mínimos detalles.

 

Uno de los esos detalles fue el sufrimiento  y la muerte de Cristo. Debemos de tener cuidado de no interpretar este versículo como si dijera que Cristo fue hecho perfecto por medio del sufrimiento. No, Cristo fue perfecto en todo momento y el sufrimiento no agregó o quitó nada de su perfección moral. Solo unos versículos antes hemos visto al Hijo como el resplandor de la gloria del Padre y la imagen de su misma sustancia. Debemos mirar este versículo en el contexto de su ministerio sacerdotal como dicen los versículos 17 y 18. Para que este sumo sacerdote pudiera ser perfeccionado, o consumado, como también puede traducirse del griego, era necesario que pudiera simpatizar con los sufrimientos de aquellos por los que intercede. Es por esto que Cristo puede cumplir su sacerdocio a la perfección, por cuanto él también ha padecido y sabe lo que es ser tentado.

 

Todo este padecimiento de Cristo no fue casual, sino que como dice el texto “convenía” o era adecuado,  esto era en el plan divino, ya que había sido profetizado de ante mano.

Fue precisamente el sufrimiento y la muerte una de las causas del rechazo del Mesías. Cristo reprendió a los discípulos incrédulos con estas palabras; “… ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Luc. 24:25,26. También, 1Pe. 1:11. Hch. 3:18. Pablo lo llama el tropezadero de la Cruz (1Co. 1:23).

 

Todo esto fue con el fin  de; “…llevar muchos hijos a la gloria.”

Gloria es el final de nuestra redención. Gloria es el fruto de la Cruz. Fuimos creados para gloria (1Co. 11:7). Ese era nuestro destino. Unos días atrás mirábamos el salmo de David (Sal. 8:4-6) que dice con respecto al hombre;”…Lo hiciste poco menos que los ángeles. La coronaste de gloria y honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos…” La creación (especialmente el hombre) fue un espejo donde Dios podía reflejar su gloria. (1Co. 11:7) Yo soy partidario de los que creen que Adán y Eva estaban cubiertos de un resplandor de gloria que cubría sus cuerpos. Es por ello que cuando pecaron vieron que estaban desnudos. Moisés, Esteban, los ángeles y Jesús también son casos donde vemos ese fulgor.

 Pero lamentablemente por un hombre entro la muerte, que es la corrupción de la gloria. Pablo nos dice; Sin embargo Pablo nos dice; “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23) El pecado nos hizo que perdiéramos nuestro destino de gloria.

Dios tenía que comenzar de nuevo, hacer una nueva creación donde esta vez la gloria estuviera garantizada por uno que sería fiel y recibiera la gloria por todos.

Aún así la muerte tenía que seguir su curso de corrupción porque así había sido decretado por Dios. (Gen. 2:17).

Así que en su infinito amor Dios se proveyó  de un postrer Adán fiel y al mismo tiempo capaz de tomar sobre sí mismo esa muerte. (1Co. 15:20-22). El gustó la muerte para que ahora viniéramos a Dios en resurrección en Vida Nueva incorruptible. La resurrección es la destrucción de la muerte, la anulación de la corrupción, el comienzo de la glorificación. Aquellos que han creído son los que, “buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:2)

 

Dios tiene que reconciliar todo consigo  mismo, recibir todo en resurrección porque este orden en que vivimos, este siglo (el viejo orden) ha sido todo contaminado, incluso la naturaleza (Ro. 8:18-23)

El es un Dios de vida que no tiene nada con la muerte, es un Dios de gloria que no tiene nada que ver con la corrupción y la caries.

 

Así que en primer lugar y dando el primer paso a nuestro regreso a gloria hemos sido incorporados en la resurrección de Cristo. La vida espiritual que corre por las venas de nuestra alma es pura, santa, inmortal, incorruptible y gloriosa. El hombre interior nuestro está en primicia de gloria porque ha sido santificado. (Ro. 5:1,2) Ahora “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Esta esperanza de gloria, como dice Pablo más adelante (Col. 1:27), es Cristo en nosotros.

Asi que para el cristiano ya ha comenzado el proceso de glorificación porque Santidad es el comienzo de la glorificación y glorificación es santificación consumada. Es por ello que el llamado del Evangelio es, “…para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2Tes. 2: 13, 14) y esto, “…mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.”  

 

 

No solamente nuestro hombre interior, nuestro espíritu, sino que también nuestro cuerpo ha de ser glorificado e incorrupto.  (1Co. 15:42-44; Fil. 3:21) Este cuerpo será semejante al de nuestro Señor Jesucristo, porque como dice nuestro texto de Hebreos Él es nuestro líder, nuestro precursor. Esto es una traducción alternativa a la palabra “autor” que vemos en Heb. 2:10. La idea es que nuestro Señor, como nuestro líder va delante de nosotros tanto en la muerte por todos como en la glorificación por todos. Esta imagen la vemos cuando los Israelitas cruzaron el Jordán y entraron en la tierra de promesa,  llevando siempre delante de ellos el Arca de la Presencia, con lo Querubines de Gloria.

 

Hemos estado viendo como las palabras “inmortalidad” y “gloria” suelen ir unidas a menudo. Igualmente podemos ver “gloria” juntamente con “sufrimiento”. En el texto que estamos considerando vemos esto mismo, que para llevar muchos hijos a la gloria, era conveniente que nuestro Salvador fuera afligido. La iglesia, esto es, la Esposa, también ha sido llamada a la aflicción en este mundo, como Jesús dijo; “en el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33). Para la iglesia primitiva el pasar por aflicción era algo que no debía de sorprender como si fuera algo extraño (1Pe. 4:12). Y el Apóstol Pablo pone este binomio de gloria y sufrimiento juntos en Ro. 8:17, de tal manera que la tribulación produce en nosotros un eterno paso de gloria. 1Co. 4:17.

 

SI OYERES HOY SU VOZ

 

Hoy nos gozamos en la esperanza (garantizada y segura) de Gloria porque el Señor de gloria mora en nosotros.

 

Pero Gloria no es solo una esperanza sino una realidad presente aunque no consumada ya que estamos siendo transformados de gloria en gloria a Su imagen (2Cor. 3:18)

 

El Espíritu Santo ha venido a nosotros para glorificar a Cristo tomando su persona y obra con el fin  hacérnoslo saber. Esto es, hacerlo nuestro, revelarlo e impartirlo. Esta es nuestra herencia, nuestra gloria, nuestro gozo de salvación, nuestra vida eterna. Cada día un poco más de Él. Cada día un poco más a su imagen, mientras esperamos su gloriosa venida.

 

Bendiciones

jueves, 28 de agosto de 2014


Hebreos 2:10-18.B

 

Como ya mencioné en la lección anterior he querido tratar esta porción del capítulo dos desarrollando dos doctrinas importantes para nuestro tiempo. La primera fue el asunto de la muerte y resurrección. Me extendí una lección más en el aspecto de la resurrección porque es importantísimo tener bien claro a qué se refiere la Palabra cuando habla de la primera y la segunda resurrección.

Mi argumento fue que para vivir una vida de victoria sobre el pecado es necesario que sepamos y creamos que ya hemos resucitado literal y espiritualmente. Para ello tomé el texto de Jn. 5:24-29, demostrando que la primera resurrección es espiritual y ocurre en la conversión y la segunda resurrección es del cuerpo y ocurrirá en la segunda venida del Señor.

 

La segunda doctrina que miraremos brevemente en este bloque de versículos es la doctrina de la adopción. En tan solo 7 versículos el autor menciona “hijos” tres veces, “hermanos” otras tres veces y “…descendencia de Abraham una vez. ¿Quién son estos descendientes de Abraham que son hijos de Dios y hermanos de Jesucristo? La respuesta es muy fácil y todos la conocemos, pero como mencioné en la lección anterior, toda doctrina o interpretación bíblica ha de ser consistente en toda la Biblia y no tener una doctrina en un libro de la Biblia y otra doctrina opuesta en otro libro de la Biblia.

 

La Palabra nos dice claramente que Israel son los descendientes de Abraham a quien Dios llama hijos. (Ex. 4:22; Dt. 14:1,2; Ose. 1:10; 11:1) Esta relación filial de Israel con Dios es una relación de elección y pacto. Incluso Pablo nos dice que a Israel la pertenece “…la adopción, la gloria, el pacto…” Ro. 9:4.

 

Sabemos que Israel como nación y bajo el pacto de Moisés fracasa en su llamado como hijos de Dios y esta es la denuncia de los profetas.  Isa: 1.2, 4. Moisés ya lo profetizó acerca de esto (Det. 32:5-6, 18-20.)

 

Más adelante, a medida que la revelación va aumentando, las Escrituras nos hablan del pacto davídico donde un descendiente de David será llamado Hijo de Dios. 2Sa. 7:14; Sal. 2:7; Sal 89:1ss.

 

Cuando llegamos al Nuevo Testamento el Espíritu Santo aplica la cita de (Ose. 11:1) a Jesucristo, Mat. 2:15. Sabemos que Oseas nos habla del amor de Dios sobre su hijo Israel y por ello lo llama de Egipto con gran redención.  Más adelante en los evangelios vemos varias veces que la Voz del cielo declara; “…Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 3:17; 12; 18; 17:5; Mr. 9:7; Lc. 35:4) La Voz divina no está hablando del Hijo Eterno, el Logos, sino que nos está declarando a Jesús de Nazaret como el Hijo amado, el Siervo de Jehová (Isa. 42:1ss) que Dios siempre quiso tener en Adán y en Israel.

 

Entender esto es de suma importancia para comprender de la manera en que Dios obra en redención. Dios ha incorporado en Cristo tanto a Israel como al gentil para poder salvar a ambos. Jesucristo es la simiente de Abraham en la cual son benditas todas las naciones incluyendo Israel.

 

Pablo levanta un buen argumento en Gálatas y Romanos acerca de la elección divina y la adopción en la simiente de Abraham formando un solo Israel.

 

En Ro. 9:6 y 7 el Espíritu Santo nos dice que “no todos los que descienden de Israel son Israelitas” y también; “… ni por ser descendientes de Abraham , son todos hijos.” Luego en el verso 8 dice; “No los que son hijos según la carne son hijos de Dios, sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes”

Más adelante en los versos 23 y siguientes nos habla de “…los vasos de misericordia que Él preparó de antemano para gloria”  esto es, aquellos que serán glorificados según (Ro. 8:30) Y maravilla de las maravillas aquí están incluidos en un solo llamado a judíos y gentiles; “…a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles”

 

Todos hemos sido llamados por el Evangelio de Dios para ser incorporados en el Israel de Dios, esto es, Cristo, y así formar un solo Cuerpo, o solo pueblo, o un solo olivo, o un solo hombre, o un solo templo, como lo queramos llamar.

 

En Ef., 2:11ss el apóstol nos habla de esta entrada en el Israel de Dios a pleno derecho y beneficio, habiendo sido “anunciadas las buenas nuevas de paz” a los que estaban lejos, esto es, los gentiles y a los que estaban cerca, esto es, los judíos. Teniendo ambos entrada por un mismo Espíritu. Ahora los creyentes son miembros de la familia de Dios. Esto es, hijos a pleno derecho como también dice en el libro de Gálatas.

Ga. 3:7. “…los que son de fe, estos son hijos de Abraham.”

Ga. 3:9. “…los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”

Ga. 3:14. “…para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que

                  Por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”

Ga. 3:26. “…pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.”

Ga. 3:28, 29. “…Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa.”

Ga. 4:6, 7. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre." Así que ya no eres más esclavo, sino hijo; y si hijo, también eres heredero por medio de Dios.”

 

He traído este argumento porque me consta que en estos días hay una admiración casi reverente a todo aquel que se llama Israelita o judío. Incluso muchos cristianos hacen una diferencia entre la Iglesia y el pueblo de Israel como si los cristianos vamos a ser en el cielo o la resurrección ciudadanos de segunda clase. Esto es absolutamente antibíblico. El Cuerpo de Cristo no está dividido y Dios no tiene dos planes de salvación. Dios solo tiene un pueblo, un Israel, y estos son solo los que han creído y han sido bautizados, incorporados, en Cristo que es el verdadero Israel. Este y solo este es el pueblo elegido por Dios como he demostrado claramente por las Escrituras.

 

Aquel cristiano que hace diferencia entre Israel y la Iglesia no tiene ningún derecho a apropiarse ninguna promesa o escritura del Antiguo Testamento porque en ese caso el Antiguo Testamento fue escrito para Israel.

Pero gloria a Dios por su infinita gracia y sabiduría que nos ha dado a conocer el “misterio de Cristo” (Ef. 1:9; 3:5,6; Col. 1:26,27) El misterio de reunir y reconciliar todas las cosas en Cristo.    ¡¡Aleluya!!

 

Quiero concluir con las palabras de Pablo cuando se despide en su carta a los romanos. Este, después de citar varias escrituras del AT sobre el misterio, que los gentiles en Cristo iban a ser adoptados como hijos e incorporados en el pueblo de Dios. Dice así; “…Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del espíritu Santo.” Ro. 15:13.

 

 

SI OYERES HOY SU VOZ

 

Si, aleluya hoy nos llenamos de gozo en el creer por el poder del Espíritu Santo.

 

Hoy le podemos llamar Padre no solo por una adopción legal, esto es, de pacto. Sino por una adopción por engendro del Espíritu Santo en la resurrección de Cristo. Esto nos hace Pueblo de Dios, pero aún más. No pueblo de la Jerusalén actual que está en esclavitud, sino de la Jerusalén de arriba, la Sión celestial.

 

Hoy podemos llamarle Padre porque el Espíritu de su Hijo, nuestro hermano, clama dentro de nosotros ¡¡Abba Padre!!

 

Hoy con gozo y esperanza cierta esperamos el día de la libertad gloriosa de los hijos de Dios, cuando recibamos la adopción total que es la redención de nuestros cuerpos. Entonces se manifestará lo que hemos de ser, y seremos semejantes a Él, porque le veremos tal y como Él es.

Ro. 8 y 1Jn.3.

 

¡¡ A Dios solo sea la gloria!!

 

 

jueves, 14 de agosto de 2014

Hebreos 2:9-18

Comenzamos esta sección tan importante donde nos habla sobre nuestra salvación de la muerte. Es necesario que tomemos el tiempo necesario en este tema y por su importancia he considerado que en lugar de estudiar esta sección versículo tras versículo, lo hagamos en  bloques. Esto es, veremos los versículos 9, 14, y 15 en un bloque. El tema que trataremos hoy es el tema de la muerte en su contexto bíblico.

En el estudio anterior vimos como Jesús fue hecho poco menor que los ángeles. Esto es porque tuvo que tomar un cuerpo mortal como nosotros, o si quieres ponerlo de otra manera, un cuerpo capaz de gustar la muerte, como menciona el autor. Era necesario que Cristo participara de carne y sangre para poder redimir a sus hermanos de la muerte.

El problema fundamental del hombre es la sentencia que recibió en el huerto del Edén; “…el día que comieres morirás”  (Gen. 2:17) Vemos que el hombre no murió inmediatamente por lo que debemos entender que la muerte a la que Dios se refiere es algo más que la disolución del cuerpo. En el momento que el hombre pecó, cayó bajo el poder de la muerte y sus efectos comenzaron a operar en él.  La muerte, en el contexto bíblico, es algo que envuelve la totalidad del hombre; espíritu, alma y cuerpo. El hombre no muere solamente como cuerpo, sino que muere como ser espiritual también.

A parte de la muerte física, la Biblia nos habla también de la muerte espiritual y la muerte eterna.

La Muerte Física
La Biblia define la muerte física como la separación del cuerpo y el espíritu. (Sant. 2:26; Job. 34:14,15; Sal. 104:29; Ecl. 12:7) Por lo tanto en la misma definición bíblica de la muerte física podemos ver que no es el final del hombre o la existencia, sino que la muerte física es la transición de un estado de conciencia físico a otro espiritual. El Señor Jesús hace mención de estos dos aspectos en Lc. 12:4,5. Para el cristiano la muerte física es el paso inmediato a la presencia del Señor. (2Co. 5:8; Fil. 1:23) Esto es por lo que en ocasiones a la muerte de los creyentes se le compara al acto de dormir. (1Co. 11:30; 1Co. 15:6,18; 1Te. 4:13; Hch. 7:60).

La Muerte Espiritual
Así como la muerte física es la separación del cuerpo y del espíritu, de igual manera la muerte espiritual es la separación de la persona y Dios. Nuevamente es el pecado que ha puesto separación y enemistad entre Dios y el hombre. Ro. 8:7,8; Col. 1:21. Por lo tanto “estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1) Estar muerto espiritualmente es estar ajenos a la vida de Dios, insensibles a Dios y con el entendimiento entenebrecido. (Ef. 4:18). Esta es la condición de todo hombre. Cuando nacemos ya nacemos muertos espiritualmente, por lo que la enseñanza bíblica nos habla de la necesidad de un “Nuevo Nacimiento” Jn. 3:5-6, Jn. 1:13; Gal.6:15; Ef.2:1; Tit. 3:5; San. 1:18; 1Pe.1:3, 1Pe. 1:23-25.
Aunque la muerte espiritual es la separación de Dios por el pecado y la rebeldía. Dios no está totalmente separado del incrédulo. Juan nos dice que Dios ama al mundo, Mateo nos dice que Dios hace llover sobre justos e injustos y Pablo nos dice; (Dios) “…en las edades pasadas el ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría nuestros corazones.” Hech. 14:16,17
Esto nos da a entender que mientras el Espíritu Santo se está moviendo sobre la faz de la tierra, en la Nueva Creación, convenciendo de justicia, juicio y pecado (Jn. 16:8-11), Mientras esto ocurre, Dios no se ha separado totalmente del hombre pecador, recibiendo este los beneficios de un Dios amoroso y compasivo.


La Muerte Eterna.
La muerte eterna es la total y completa separación de Dios con el hombre. Muerte eterna es existencia sin vida, siendo Dios el origen y único poseedor de la vida. Vida eterna es la vida de Dios en una completa y total armonía de todo bien. Por tanto muerte eterna es la ausencia de esa Vida (con mayúscula) es la ausencia de todo bien.
Jesús dijo; “…ninguno hay bueno sino solo uno; Dios” Mar. 10:18 y Santiago nos dice que todo bien procede de Dios. Sat. 1:17. Así que fuera de Dios no hay bien.
La muerte eterna es lo que Juan llama la segunda muerte (Ap. 2:11; 20:6,14; 21:8). Esta segunda muerte vendrá con la declaración de Cristo; “…entonces dirá también a los de la izquierda; Apartaos de mí malditos al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41; Mat. 7; 23).


Victoria sobre la muerte
Ahora venimos a los versículos 14,15 de nuestro estudio de Hebreos. Para poder librarnos de la muerte, el Hijo de Dios eterno tuvo que tomar la naturaleza humana, sujeta a muerte y por medio de esta naturaleza confrontarse con el que tenía el imperio de la muerte.
Es necesario que entendamos lo que significa que el diablo tenía el imperio de la muerte. No es que él tiene la potestad sobre la muerte, porque Dios es el Señor de la vida y donde hay vida no puede reinar la muerte. Por tanto solo Dios es Señor de la vida y la muerte.
Fue el pecado lo que introdujo la muerte (Gen. 2:17; 3:19; Ro. 5:12) El poder de la muerte que tiene el diablo es como acusador por cuanto la vida del hombre siempre era condicional a la obediencia a Dios. (Dt.30:15,19) Esto es por lo que el versículo 15 de nuestro texto dice; “…y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre”   ¿A qué servidumbre se refiere el autor? A la servidumbre de la ley. Si es la obediencia a la ley la que me proporciona la vida o la desobediencia a la ley es la que me condena a la muerte, entonces soy siervo de la ley por temor a la muerte. (Ro. 8:15; Ga. 5:1). También Pedro nos da esta misma idea en el primer concilio de Jerusalén. Hch. 15: 10,11.

¿De qué manera fue destruida la muerte? El versículo 9 de nuestro texto nos dice que Cristo “gustó la muerte por todos” Cristo fue hecho pecado estando en la cruz (2Co. 5:21) por lo que sufrió no solamente la muerte física sino también la muerte eterna, cuando proclamo la más horrenda exclamación; “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mat. 27:46. Dando a entender la completa separación de Dios y el Hombre Representativo.
Allí en la Cruz nuestro Señor clavó y así anuló lo que Pablo llama “el acta de los decretos que había contra nosotros” (Col. 2; 14.) Al no haber ya más delito, tampoco puede haber acusación y por lo tanto fue destruido el que tenía el imperio o autoridad sobre la muerte. ¡¡Aleluya!!
Fue de esta manera que la muerte fue destruida por medio de la muerte, como anunciaron los profetas (Isa. 25:8; Ose. 13:14) y la inmortalidad nos fue traída. (2Tim. 1:10)
Una vez había pagado el precio del pecado por todos a la justicia de Dios la muerte ya no pudo retenerlo, como dice Pedro; “…al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” Hch. 2:24.

Es en esta resurrección que nosotros, los que hemos creído, experimentamos la primera fase de nuestra victoria sobre la muerte.

Lamentablemente aquí hay un poco de diferencia en cuanto a las diferentes interpretaciones teológicas sobre la resurrección. Ahora bien, en vista de que la mayoría de los cristianos hoy en día han adoptado la interpretación “dispensacionalista” sobre la resurrección, me permito exponer brevemente la interpretación que siempre ha creído la iglesia hasta hace tan solo cien años.

La resurrección de los muertos.
La Biblia nos habla claramente de dos muertes y dos resurrecciones. (Ap. 20:6,14). La enseñanza dispensacionalista dice que la primera resurrección (la de los creyentes) es la que ocurrirá en el arrebatamiento y la segunda resurrección es la que ocurrirá al final del milenio (la de los incrédulos) y estos serán lanzados al lago de fuego que es la muerte segunda.

La iglesia siempre ha creído que la primera resurrección es la resurrección espiritual que Cristo menciona en Jn. 5:24-29. En este pasaje el Señor habla de dos resurrecciones, la primera en los versos 24, 25 y la segunda en los versos 28, 29. De la primera resurrección dice; “…tine vida eterna y no vendrá a condenación” y también dice; “…viene la hora y ahora es” Con respecto a la segunda resurrección dice; “…viene la hora” pero no vuelve a decir; “…la hora es” sino que habla en futuro, diciendo; “saldrán a resurrección de vida” y “…a resurrección de condenación”
Luego entonces la primera resurrección es una resurrección espiritual como Pablo dice en Ef. 2; 1,-6. “…Y él os dio vida a vosotros cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados…aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…y juntamente con él nos resucitó.”   
Entonces la primera resurrección es la resurrección espiritual. Es por eso que los que hemos resucitado con Cristo la segunda muerte no tiene poder sobre nosotros. Pero aquellos que no han resucitado espiritualmente con Cristo, la segunda muerte se apoderará de ellos.

La segunda resurrección es la del cuerpo  donde todos participaremos juntamente, tantos buenos como malos para presentarse ante el gran trono blanco. Allí hay dos libros, uno de las obras que los hombres han hecho y el otro libro es el libro de la vida. Son los que no se hallan inscritos en el libro de la vida que participan de la muerte segunda.

Cuando la Biblia nos habla de la segunda resurrección lo dice de creyentes y de no creyentes al mismo tiempo y no con intervalo de mil años. Ver. (Mat. 25:46; Hech. 24:15; 2Co. 5:10; 2Te. 1:7-10; 1Co. 15:22, 23; 1Te. 4:13-18; Dan. 12:2.)

He querido exponer brevemente esta interpretación clásica de la resurrección para aquellos que toman serio el estudio de la Palabra y así ser desafiados a escudriñar las Escrituras. La enseñanza más popular hoy en día solo nos ha llegado hace 100 años cuando el dispensacionalismo de J. N. Darby fue acogido por la Biblia anotada de Scofield.
Quiero terminar con las palabras victoriosas de Pablo. (1Co. 15:55ss) Este siervo de Dios después de ver la gracia de Dios en Cristo y el poder de su resurrección, hace estas dos preguntas; “…¿Dónde está oh muerte tu aguijón? ¿Dónde o sepulcro tu victoria?
La respuesta nos viene dada al ver que Cristo tomó en sí mismo la picadura del escorpión y por lo tanto la muerte para el cristiano ya no es mortal, el sepulcro no nos podrá retener.
Y sigue diciendo el apóstol que el agujón mortífero es el pecado que ha recibido el poder por medio de la ley. Pero gloria a Dios que esa ley ha sido cumplida y por lo tanto quitada del medio. Ahora “…la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2)
A Dios solo sea la gloria.