MI CAMINO

martes, 15 de julio de 2014


HEBREOS CAPITULOS DOS

 

Heb. 2:1-4.

 

En estos primeros versículos del capítulo dos el autor llega a la conclusión de  todo el argumento que ha ido levantando cuidadosamente con cita tras cita del AT. La conclusión es una exhortación, la primera de cinco que veremos más adelante.

 

El argumento es lógico. Si la palabra dada por los ángeles fue firme, ¿Cuánto más firme será la palabra dada por el Hijo?

El Señor Jesús enseñó una parábola que nos da una imagen semejante (Mat 21:33-46). En esta parábola es el Hijo que trae la última palabra a los arrendatarios de la viña y es el rechazo de la palabra del Hijo que trae el juicio a estos viñadores. Y es que, el único pecado que finalmente condenará se reduce a creer o escuchar al Hijo. (Jn. 3:18-21; 5:40; 16; 8,9). Igualmente en la Iglesia es la Palabra del Hijo que es necesario escuchar. (Mt.17:5).

 

Miremos estos versículos más detalladamente:

 

Una necesidad imperiosa

El autor impone una necesidad a sus oyentes, en vista de haber demostrada claramente la superioridad de la palabra dada por Dios en el Hijo. Esa necesidad es que atendamos con más diligencia a lo que hemos oído.  

El autor no nos dice exactamente a que se refiere con; “…las cosas que hemos oído” pero está claro que se está refiriendo a la palabra del Evangelio, la enseñanza de los apóstoles. Esta palabra nos ha llegado a nosotros en la Biblia. El NT en particular son los escritos de aquellos que escucharon al Señor. El apóstol Pedro, como un buen pastor se ocupó en dejar esta palabra después de su partida con el Señor. (2Pe.1:12-15, 2Pe. 3:1,2)

No es necesario que me extienda en la necesidad y obligación que tiene todo creyente de leer regularmente y estudiar atentamente su Biblia. Lamentablemente el alimento, o la dieta espiritual, que muchos tienen solo se basa en los sermones dominicales. No me sorprende que haya tantos flacos y débiles.

La advertencia que nos da el autor es seria, “…no sea que nos deslicemos” El termino que usa en griego es como el anillo que se desliza del dedo sin darse cuenta. O también el de una nave que con las corrientes marina va deslizándose de su rumbo.

Deslizarse puede ser tan sutil que no nos demos cuenta al principio. Uno no tiene que estar en “desobediencia a la verdad” como los Gálatas (Ga. 3:1ss.) para ir perdiendo el rumbo poco a poco. Por ello es importante estar ocupados y atendiendo a “…la palabra profética más segura…como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día aclarezca…” (2Pe. 1:19)

El apóstol Judas exhorta a sus oyentes a retener la palabra dada por los apóstoles en vista de los falsos profetas que se levantarán. El remedio que propone es; “…Pero vosotros amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe…” Jud. 1:17-20.

 

 

Una salvación tan grande

Está claro que la palabra del Antiguo Pacto trajo consecuencias trágicas a aquellos que la transgredieron. Aquella fue una palabra mediada por ángeles. Esta es una palabra mediada por el Hijo mismo. Si la seriedad de la palabra se mide por la jerarquía del mediador, entonces la palabra que nosotros hemos recibido es infinitamente superior a la dicha por los ángeles. El apóstol Pablo hace también una comparación de ambos ministerios que sería importante comprar. 2Co. 3:1-18. Aquella fue una palabra en letra, esta, en Espíritu. Aquella un ministerio de muerte, esta, un ministerio del Espíritu vivificante. Aquella un ministerio de condenación, esta, un ministerio de justificación. Aquella tenía una gloria que perece, esta una gloria que permanece. Aquello había de ser abolido, esto permanece para siempre. Aquella era palabra de promesa, esta es palabra de cumplimiento. Aquella era sombra, esta es realidad. Y así podríamos continuar con la comparación del ministerio de Hijo en comparación con el ministerio de los ángeles y profetas, pero esto lo seguiremos viendo en los capítulos que continuan.

 

 

Lo importante es llegar a la conclusión del autor, esto es; “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Podemos decir que es el pecado de negligencia, o dicho de otra manera, el pecado de hacer nada. Es el pecado de enterrar el talento que el Señor nos ha dado.

El apóstol Pablo exhorta a los Filipenses diciendo; “…ocupaos en vuestra salvación con temor y 

temblor”  (Fil. 2:12) siendo él mismo un ejemplo (Fil. 3:12-14). “No que lo haya alcanzado ya, ni

que  ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también

asido  por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una

cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”

 

El haber recibido una salvación tan grande y costosa, y tenerla en tal baja estima que no ahondamos en ella es un desprecio al Dador. Lamentablemente muchos cristianos se han conformado a una serie de “ritos o ceremonias” en los que se sienten seguros y difícilmente se dejan desafiar por algo más en el Espíritu. Esto es practicar una religión. Quizás esto era uno de los problemas que esta epístola quiere atajar con sus oyentes. Ellos estaban pensando volver a la “seguridad” de la vieja religión en lugar de moverse en fe a lo que Dios quería llevarles.

 

Una salvación confirmada por Dios.

Esta salvación fue primeramente anunciada por nuestro Señor durante sus tres años de ministerio y finalmente ganada con su muerte y exaltación. Dios confirmó el ministerio de Jesucristo con milagros y sanidades que fueron señales de que Dios estaba con él. (Hch. 2:22) Después de Pentecostés los apóstoles fueron llenos del Espíritu y ellos también continuaron haciendo señales como confirmación del mensaje del evangelio. (Hch. 2:43; 4:30; 5:12; 6:8; 8:6; 14:3; 15:12)

Es mi entender que los milagros y señales primordialmente son el acompañamiento y la confirmación divina al mensaje del evangelio. Para la iglesia establecida el Señor ha concedido los dones y manifestaciones del Espíritu según primera de Corintios 12 y Romanos 12.

 

Es la iglesia militante y pionera que por regla general verá más milagros y señales. Las grandes victorias se alcanzan en la línea de batalla. No con esto desestimo la retaguardia, porque todo tiene su lugar e importancia en el cuerpo.

Por regla general en las Escrituras y en la historia vemos dos movimientos extraordinarios de Dios. El primero es cuando Dios está haciendo algo nuevo y el segundo es cuando Dios está restaurando algo viejo. Esto segundo es lo que conocemos como avivamientos.

 

Y el autor termina diciendo que todo esto, los milagros, señales, prodigios y repartimientos del Espíritu es “…según su voluntad” Dios es soberano, el es supremo, no el hombre o los ángeles. Nuestra parte es conocer los tiempos que él nos ha concedido y serles fieles.

 

SI OYERES HOY SU VOZ.

Quizás hoy podríamos evaluar nuestra diligencia con respecto a la salvación que hemos recibido.

 

Esto no es para correr ahora en tus propias fuerzas y proponerte leer y estudiar más. Esto es para hacer la oración de la Sulamita; “Atráeme; y en pos de ti correremos”

 

Dios ha puesto dentro de nosotros amor a Él por el Espíritu que nos ha derramado. Hay un deseo y atracción hacia Él por el Espíritu de su Hijo que clama dentro de nosotros; “Abba Padre” Deja que sea ese amor y deseo en ti que despierten y te lleven a atender con más diligencia a la palabra que has recibido, a tu estudio y comunión. Amen

 

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario