HEBREOS CAPITULOS
DOS
Heb. 2:1-4.
En estos primeros
versículos del capítulo dos el autor llega a la conclusión de todo el argumento que ha ido levantando
cuidadosamente con cita tras cita del AT. La conclusión es una exhortación, la
primera de cinco que veremos más adelante.
El argumento es
lógico. Si la palabra dada por los ángeles fue firme, ¿Cuánto más firme será la
palabra dada por el Hijo?
El Señor Jesús
enseñó una parábola que nos da una imagen semejante (Mat 21:33-46). En esta
parábola es el Hijo que trae la última palabra a los arrendatarios de la viña y
es el rechazo de la palabra del Hijo que trae el juicio a estos viñadores. Y es
que, el único pecado que finalmente condenará se reduce a creer o escuchar al
Hijo. (Jn. 3:18-21; 5:40; 16; 8,9). Igualmente en la Iglesia es la Palabra del
Hijo que es necesario escuchar. (Mt.17:5).
Miremos estos
versículos más detalladamente:
Una necesidad
imperiosa
El autor impone
una necesidad a sus oyentes, en vista de haber demostrada claramente la
superioridad de la palabra dada por Dios en el Hijo. Esa necesidad es que atendamos
con más diligencia a lo que hemos oído.
El autor no nos
dice exactamente a que se refiere con; “…las cosas que hemos oído” pero está
claro que se está refiriendo a la palabra del Evangelio, la enseñanza de los
apóstoles. Esta palabra nos ha llegado a nosotros en la Biblia. El NT en
particular son los escritos de aquellos que escucharon al Señor. El apóstol
Pedro, como un buen pastor se ocupó en dejar esta palabra después de su partida
con el Señor. (2Pe.1:12-15, 2Pe. 3:1,2)
No es necesario
que me extienda en la necesidad y obligación que tiene todo creyente de leer regularmente
y estudiar atentamente su Biblia. Lamentablemente el alimento, o la dieta espiritual,
que muchos tienen solo se basa en los sermones dominicales. No me sorprende que
haya tantos flacos y débiles.
La advertencia que
nos da el autor es seria, “…no sea que nos deslicemos” El termino que usa en
griego es como el anillo que se desliza del dedo sin darse cuenta. O también el
de una nave que con las corrientes marina va deslizándose de su rumbo.
Deslizarse puede
ser tan sutil que no nos demos cuenta al principio. Uno no tiene que estar en “desobediencia
a la verdad” como los Gálatas (Ga. 3:1ss.) para ir perdiendo el rumbo poco a
poco. Por ello es importante estar ocupados y atendiendo a “…la palabra
profética más segura…como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que
el día aclarezca…” (2Pe. 1:19)
El apóstol Judas exhorta
a sus oyentes a retener la palabra dada por los apóstoles en vista de los
falsos profetas que se levantarán. El remedio que propone es; “…Pero vosotros amados,
edificándoos sobre vuestra santísima fe…” Jud. 1:17-20.
Una salvación tan
grande
Está claro que la
palabra del Antiguo Pacto trajo consecuencias trágicas a aquellos que la
transgredieron. Aquella fue una palabra mediada por ángeles. Esta es una
palabra mediada por el Hijo mismo. Si la seriedad de la palabra se mide por la jerarquía
del mediador, entonces la palabra que nosotros hemos recibido es infinitamente
superior a la dicha por los ángeles. El apóstol Pablo hace también una
comparación de ambos ministerios que sería importante comprar. 2Co. 3:1-18.
Aquella fue una palabra en letra, esta, en Espíritu. Aquella un ministerio de
muerte, esta, un ministerio del Espíritu vivificante. Aquella un ministerio de
condenación, esta, un ministerio de justificación. Aquella tenía una gloria que
perece, esta una gloria que permanece. Aquello había de ser abolido, esto
permanece para siempre. Aquella era palabra de promesa, esta es palabra de cumplimiento.
Aquella era sombra, esta es realidad. Y así podríamos continuar con la
comparación del ministerio de Hijo en comparación con el ministerio de los
ángeles y profetas, pero esto lo seguiremos viendo en los capítulos que
continuan.
Lo importante es
llegar a la conclusión del autor, esto es; “¿Cómo escaparemos nosotros si
descuidamos una salvación tan grande? Podemos decir que es el pecado de
negligencia, o dicho de otra manera, el pecado de hacer nada. Es el pecado de
enterrar el talento que el Señor nos ha dado.
El apóstol Pablo exhorta a los Filipenses
diciendo; “…ocupaos en vuestra salvación con temor y
temblor” (Fil.
2:12) siendo él mismo un ejemplo (Fil.
3:12-14). “No que lo haya
alcanzado ya, ni
que ya sea
perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui
también
asido por
Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una
cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda
atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
El haber recibido
una salvación tan grande y costosa, y tenerla en tal baja estima que no ahondamos
en ella es un desprecio al Dador. Lamentablemente muchos cristianos se han
conformado a una serie de “ritos o ceremonias” en los que se sienten seguros y difícilmente
se dejan desafiar por algo más en el Espíritu. Esto es practicar una religión.
Quizás esto era uno de los problemas que esta epístola quiere atajar con sus
oyentes. Ellos estaban pensando volver a la “seguridad” de la vieja religión en
lugar de moverse en fe a lo que Dios quería llevarles.
Una salvación
confirmada por Dios.
Esta salvación
fue primeramente anunciada por nuestro Señor durante sus tres años de
ministerio y finalmente ganada con su muerte y exaltación. Dios confirmó el
ministerio de Jesucristo con milagros y sanidades que fueron señales de que
Dios estaba con él. (Hch. 2:22) Después de Pentecostés los apóstoles fueron
llenos del Espíritu y ellos también continuaron haciendo señales como
confirmación del mensaje del evangelio. (Hch. 2:43; 4:30; 5:12; 6:8; 8:6; 14:3;
15:12)
Es mi entender
que los milagros y señales primordialmente son el acompañamiento y la
confirmación divina al mensaje del evangelio. Para la iglesia establecida el
Señor ha concedido los dones y manifestaciones del Espíritu según primera de
Corintios 12 y Romanos 12.
Es la iglesia
militante y pionera que por regla general verá más milagros y señales. Las
grandes victorias se alcanzan en la línea de batalla. No con esto desestimo la
retaguardia, porque todo tiene su lugar e importancia en el cuerpo.
Por regla general
en las Escrituras y en la historia vemos dos movimientos extraordinarios de
Dios. El primero es cuando Dios está haciendo algo nuevo y el segundo es cuando
Dios está restaurando algo viejo. Esto segundo es lo que conocemos como
avivamientos.
Y el autor
termina diciendo que todo esto, los milagros, señales, prodigios y
repartimientos del Espíritu es “…según su voluntad” Dios es soberano, el es
supremo, no el hombre o los ángeles. Nuestra parte es conocer los tiempos que
él nos ha concedido y serles fieles.
SI OYERES HOY SU
VOZ.
Quizás hoy
podríamos evaluar nuestra diligencia con respecto a la salvación que hemos
recibido.
Esto no es para
correr ahora en tus propias fuerzas y proponerte leer y estudiar más. Esto es
para hacer la oración de la Sulamita; “Atráeme; y en pos de ti correremos”
Dios ha puesto
dentro de nosotros amor a Él por el Espíritu que nos ha derramado. Hay un deseo
y atracción hacia Él por el Espíritu de su Hijo que clama dentro de nosotros; “Abba
Padre” Deja que sea ese amor y deseo en ti que despierten y te lleven a atender
con más diligencia a la palabra que has recibido, a tu estudio y comunión. Amen
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