MI CAMINO

martes, 5 de mayo de 2015


Hebreos 4, 14-16

 

En el capítulo tres el autor nos invitó a que consideremos  la fidelidad del “… apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús…” (Heb. 3:1,2) Pero que seamos advertidos de la congregación del desierto que no entraron en el reposo por incredulidad y desobediencia.

Después de haber  demostrado claramente el menoscabo  de aquella congregación y de habernos exhortado a que no sigamos semejante ejemplo de incredulidad, el autor nos va mostrar la base y la manera de cómo podemos nosotros evitar semejante  pérdida.

Nuestra confianza y seguridad está en el ministerio sacerdotal que el Hijo de Dios está administrando en estos momentos en “el más perfecto tabernáculo” (Heb. 9:11).

El Autor ocupará los tres siguientes capítulos para anunciarnos los beneficios de este sacerdocio y para demostrar que este sacerdocio es, no solo superior al de Aarón, sino que es la realidad y consumación de aquel que solo era sombra.

 

En estos tres versículos el autor anima a sus oyentes, y por tanto a nosotros, con dos exhortaciones. La primera es “retengamos nuestra profesión” y la segunda es “acerquémonos confiadamente”. Estas dos exhortaciones las da en base al sacerdocio peculiar del Hijo de Dios que miraremos brevemente a continuación.

 

TENEMOS UN GRAN SUMO SACERDOTE.

Esta corta declaración es de mucha importancia y es de gran beneficio espiritual cuando la entendemos, es por esto que nos referiremos a ella varias veces a los largo de estos tres capítulo.  En (8:1) el autor nos dice clara y enfáticamente que; “…el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote.” Fijarse que no dice “Jesús es sumo sacerdote” o “Hay un sumo sacerdote” sino que el énfasis está en la palabra “tenemos.”

 

El sacerdocio en Israel fue instituido por Dios (Ex. 28:1) para que representara al pueblo delante de Dios y a Dios delante de los hombres. El Tabernáculo era la tienda donde Dios acampaba con su pueblo, también llamada tienda de reunión. (Ex. 43-46). Podemos ver con esto que el Tabernáculo, el sacerdocio y los sacrificios eran el regalo de un Dios santo a un pueblo pecador. Él es un Dios que le agrada y se habitar con el hombre. (Pro. 8:31).

Creo que es importante resaltar que el sacerdote podía acercarse a Dios, pero no por su propia santidad o virtud, sino también por medio de sacrificios y por la vestimenta que, también en gracia,  Dios les dio. (Ex28:1-43) mirar especialmente versos 36-38, donde dice que la lámina de “SANTIDAD A JEHOVÁ” que el sacerdote llevaba en la frente era “para obtener gracia delante de Jehová”

Dicho de paso, esto nos enseña que la santidad es una obra divina de gracia en nosotros y no algo que alcanzamos por obras.

 

Dos cosas quiero resaltar con esto que hemos considerado sobre el sacerdocio levítico: Primero es que Cristo es la realidad de este ministerio, o la verdad de este ministerio, si queremos usar el término bíblico. Jesús como Sumo Sacerdote no necesita la simbología de la vestidura porque él es la realidad de santidad sacerdotal  como dice el autor (Heb.7:26). El autor explica esto diciendo que Jesús en su ministerio sacerdotal “…traspasó los cielos” Los cielos en esta epístola es la esfera o la dimensión  de las realidades.

Segundo es que así como el tabernáculo, el sacerdocio y todo su ministerio fue un don de la gracia de Dios a su pueblo, igualmente debemos de considerar que Cristo nos ha sido dado a nosotros como Sumo Sacerdote por la gracia de Dios. Cristo Jesús como Sumo Sacerdote nos pertenece, es nuestro por el don de Dios.  (Hablaremos más de esto en siguientes estudios)

ACERQUEMONOS, RETENGAMOS

En vista de que Dios nos ha dado tal sacerdote que tiene todas las cualificaciones podemos acercarnos al trono de gracia.

Si nos damos cuenta uno de los énfasis de esta epístola es el llamado a acercarnos a Dios. (Heb. 7:19, 25; 10:22; 12:18,22). En todos los versos que he mencionado el acercamiento es en base al sacerdocio de Cristo. Siempre que nos acercamos a Dios es porque Él ha tomado la iniciativa a llamarnos y a proveer el camino. Jesús es la Palabra del llamado divino y es el medio  por el que nos acercamos. Él es el origen, el camino y el destino del llamado. En Él Dios se ha acercado al hombre y solo en Él, el hombre puede acercarse a Dios. Todo esto es solo porque tenemos un sumo pontífice que tiene un ministerio inmutable.

Cuando alabamos, oramos o servimos, lo hacemos por medio de su ministerio sacerdotal. Esto es, Él santifica y trae  nuestra ofrenda a Dios Padre. Esto lo vemos claramente en el ministerio del tabernáculo terrenal donde nadie sacrificaba su propia ofrenda, sino que se la entregaba al sacerdote quien la ofrecía a Dios. Esto es por lo que Pablo nos enseña que todo lo que hagamos sea hecho en el nombre del Señor. (Col 3:7).

 

Solo cuando hemos entendido la perfección, la eficacia, la perpetuación   del sacerdocio de Cristo es que podemos acercarnos a Dios con absoluta confianza, y libertad. La traducción inglesa dice que nos acerquemos con valentía, con atrevimiento.

 

Mi pregunta es ¿Cuánta confianza o valentía tenemos para acercarnos al trono de Gracia? Todo dependerá de lo bien que hemos entendido el sacerdocio de Cristo. ¿Cuánta confianza y valentía tenemos a la hora de orar o interceder? ¿Cuán grande es nuestra expectación basada solamente en el perfecto sacerdocio y sacrificio?

El Señor siempre se maravilló de la fe que tenían aquellos que se le acercaron con ese atrevimiento humilde. Recordemos a la mujer Siro-fenicia, el centurión romano, la mujer con flujo de sangre.

 

Recuerdo la famosa frase del misionero a la India William Carey que dijo: “Esperad grandes cosas de Dios, emprended grandes cosas para Dios”

 

Recordemos que al  trono al que nos acercamos no es el trono de juicio, porque en Cristo la sentencia final ya nos ha sido dada; esto es, no ha condenación, sino gracia sobre gracia y más gracia. Recordemos que Él conoce nuestras debilidades y se compadece de ellas.

 

Nuestra parte consiste en “retener nuestra profesión” o nuestra confianza, como dice en otro lugar el autor. (Heb. 3:6,14; 10:23).Es aferrarnos a lo que en un principio oímos y creímos.  Para los recipientes de la epístola el no aferrarse significaba regresar al sacerdocio de Aarón abandonando el sacerdocio de Cristo. Para nosotros no aferrarse es regresar a nuestras propias obras o a nada, porque fuera de Su sacerdocio tenemos nada.

 

CONCLUSIÓN

Es necesario que hoy le pidamos al Espíritu que nos revele el sacerdocio de nuestro Pontífice en toda la profundidad en que somos capaces hoy. Queremos verdaderamente ser valientes en nuestra oración, alabanza y servicio esperando grandes cosas de Dios.

 

 

 

 

 

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