Hebreos
4, 14-16
En el capítulo tres el autor nos invitó a que
consideremos la fidelidad del “… apóstol
y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús…” (Heb. 3:1,2) Pero que seamos advertidos de la congregación del
desierto que no entraron en el reposo por incredulidad y desobediencia.
Después de haber demostrado claramente el menoscabo de aquella congregación y de habernos
exhortado a que no sigamos semejante ejemplo de incredulidad, el autor nos va
mostrar la base y la manera de cómo podemos nosotros evitar semejante pérdida.
Nuestra confianza y seguridad está en el
ministerio sacerdotal que el Hijo de Dios está administrando en estos momentos
en “el más perfecto tabernáculo” (Heb. 9:11).
El Autor ocupará los tres siguientes
capítulos para anunciarnos los beneficios de este sacerdocio y para demostrar
que este sacerdocio es, no solo superior al de Aarón, sino que es la realidad y
consumación de aquel que solo era sombra.
En estos tres versículos el autor anima a sus
oyentes, y por tanto a nosotros, con dos exhortaciones. La primera es
“retengamos nuestra profesión” y la segunda es “acerquémonos confiadamente”.
Estas dos exhortaciones las da en base al sacerdocio peculiar del Hijo de Dios que
miraremos brevemente a continuación.
TENEMOS UN GRAN SUMO SACERDOTE.
Esta corta declaración es de mucha
importancia y es de gran beneficio espiritual cuando la entendemos, es por esto
que nos referiremos a ella varias veces a los largo de estos tres capítulo. En (8:1) el autor nos dice clara y
enfáticamente que; “…el punto principal
de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote.” Fijarse que
no dice “Jesús es sumo sacerdote” o “Hay un sumo sacerdote” sino que el énfasis
está en la palabra “tenemos.”
El sacerdocio en Israel fue instituido por
Dios (Ex. 28:1) para que
representara al pueblo delante de Dios y a Dios delante de los hombres. El
Tabernáculo era la tienda donde Dios acampaba
con su pueblo, también llamada tienda de reunión. (Ex. 43-46). Podemos ver con esto que el Tabernáculo, el sacerdocio
y los sacrificios eran el regalo de un Dios santo a un pueblo pecador. Él es un
Dios que le agrada y se habitar con el hombre. (Pro. 8:31).
Creo que es importante resaltar que el
sacerdote podía acercarse a Dios, pero no por su propia santidad o virtud, sino
también por medio de sacrificios y por la vestimenta que, también en
gracia, Dios les dio. (Ex28:1-43) mirar especialmente versos
36-38, donde dice que la lámina de “SANTIDAD
A JEHOVÁ” que el sacerdote llevaba en la frente era “para obtener gracia
delante de Jehová”
Dicho de paso, esto nos enseña que la
santidad es una obra divina de gracia en nosotros y no algo que alcanzamos por
obras.
Dos cosas quiero resaltar con esto que hemos
considerado sobre el sacerdocio levítico: Primero es que Cristo es la realidad
de este ministerio, o la verdad de este ministerio, si queremos usar el término
bíblico. Jesús como Sumo Sacerdote no necesita la simbología de la vestidura
porque él es la realidad de santidad sacerdotal
como dice el autor (Heb.7:26).
El autor explica esto diciendo que Jesús en su ministerio sacerdotal “…traspasó
los cielos” Los cielos en esta epístola es la esfera o la dimensión de las realidades.
Segundo es que así como el tabernáculo, el
sacerdocio y todo su ministerio fue un don de la gracia de Dios a su pueblo,
igualmente debemos de considerar que Cristo nos ha sido dado a nosotros como
Sumo Sacerdote por la gracia de Dios. Cristo Jesús como Sumo Sacerdote nos
pertenece, es nuestro por el don de Dios. (Hablaremos más de esto en siguientes
estudios)
ACERQUEMONOS,
RETENGAMOS
En vista de que Dios nos ha dado tal
sacerdote que tiene todas las cualificaciones podemos acercarnos al trono de
gracia.
Si nos damos cuenta uno de los énfasis de
esta epístola es el llamado a acercarnos a Dios. (Heb. 7:19, 25; 10:22; 12:18,22). En todos los versos que he
mencionado el acercamiento es en base al sacerdocio de Cristo. Siempre que nos
acercamos a Dios es porque Él ha tomado la iniciativa a llamarnos y a proveer
el camino. Jesús es la Palabra del llamado divino y es el medio por el que nos acercamos. Él es el origen, el
camino y el destino del llamado. En Él Dios se ha acercado al hombre y solo en
Él, el hombre puede acercarse a Dios. Todo esto es solo porque tenemos un sumo
pontífice que tiene un ministerio inmutable.
Cuando alabamos, oramos o servimos, lo
hacemos por medio de su ministerio sacerdotal. Esto es, Él santifica y trae nuestra ofrenda a Dios Padre. Esto lo vemos
claramente en el ministerio del tabernáculo terrenal donde nadie sacrificaba su
propia ofrenda, sino que se la entregaba al sacerdote quien la ofrecía a Dios.
Esto es por lo que Pablo nos enseña que todo lo que hagamos sea hecho en el
nombre del Señor. (Col 3:7).
Solo cuando hemos entendido la perfección, la
eficacia, la perpetuación del sacerdocio de Cristo es que podemos
acercarnos a Dios con absoluta confianza, y libertad. La traducción inglesa
dice que nos acerquemos con valentía, con atrevimiento.
Mi pregunta es ¿Cuánta confianza o valentía tenemos
para acercarnos al trono de Gracia? Todo dependerá de lo bien que hemos
entendido el sacerdocio de Cristo. ¿Cuánta confianza y valentía tenemos a la hora
de orar o interceder? ¿Cuán grande es nuestra expectación basada solamente en
el perfecto sacerdocio y sacrificio?
El Señor siempre se maravilló de la fe que tenían
aquellos que se le acercaron con ese atrevimiento humilde. Recordemos a la
mujer Siro-fenicia, el centurión romano, la mujer con flujo de sangre.
Recuerdo la famosa frase del misionero a la
India William Carey que dijo: “Esperad grandes cosas de Dios, emprended grandes
cosas para Dios”
Recordemos que al trono al que nos acercamos no es el trono de
juicio, porque en Cristo la sentencia final ya nos ha sido dada; esto es, no ha
condenación, sino gracia sobre gracia y más gracia. Recordemos que Él conoce
nuestras debilidades y se compadece de ellas.
Nuestra parte consiste en “retener nuestra
profesión” o nuestra confianza, como dice en otro lugar el autor. (Heb. 3:6,14; 10:23).Es aferrarnos a lo
que en un principio oímos y creímos. Para
los recipientes de la epístola el no aferrarse significaba regresar al
sacerdocio de Aarón abandonando el sacerdocio de Cristo. Para nosotros no
aferrarse es regresar a nuestras propias obras o a nada, porque fuera de Su
sacerdocio tenemos nada.
CONCLUSIÓN
Es necesario que hoy le pidamos al Espíritu
que nos revele el sacerdocio de nuestro Pontífice en toda la profundidad en que
somos capaces hoy. Queremos verdaderamente ser valientes en nuestra oración,
alabanza y servicio esperando grandes cosas de Dios.
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